Revista Cactus Cactus 37 | Page 35

semántico es donde encontró sus desavenencias con un movimiento que era excesivamente macho y bravucón. La música que él quería hacer era emocionalmente más compleja. Le gustaba hacer el idiota como a cualquier cantante blanco superficial, pero también resultar apasionado y sincero, algo que parecía reservado para el patetismo trágico de cantantes como Morrissey (The Smiths), Robert Smith (The Cure) o Michael Stipe (REM). Como cantautor, Cobain quería encontrar una vía intermedia donde los bichos raros como él pudieran caminar entre los márgenes del resto de estilos. Por suerte para Nirvana —o también gracias a ellos—, los noventa fueron la primera época de tolerancia musical y conciliación de distintas músicas. La Generación X, aunque sufriera habitualmente el divorcio de sus padres, también era la primera que no desdeñaba por sistema la colección de vinilos de aquellos. Nirvana es una miscelánea estilística entre la visceralidad punk, los tonos de rock y la sensibilidad pop. Y las mujeres qué. Aunque odiara su Aberdeen natal, Cobain tuvo la suerte de haber nacido en el estado que vio germinar el riot grrrl, un movimiento musical esencialmente feminista que fructificó en multitud de grupos de punk y garage de chicas, con una fuerte actitud DIY. La música suponía una reversión del hardcore tan masculino, y varios de los grupos favoritos del cantante de Nirvana surgieron de allí. Por desgracia, en las horas más oscuras de Cobain, como se puede leer en las páginas finales de sus diarios, acabó más bien desencantado con el movimiento puesto que su otrora buena relación con las Bikini Kill, pioneras del subgénero, se había enturbiado tras convertirse él en icono pop en boca de todos. Era 1993 y Kurt tenía muy pocos amigos. Ese mismo año se editó In Utero, cuyo productor, Steve Albini, había participado meses antes en la grabación de Rid of Me, segundo trabajo de una joven y poderosa artista británica, PJ Harvey. Sus letras podían interpretarse como feministas, si bien ella negaba dicha intención a la hora de escribirlas. Pero PJ Harvey, como buena maga del arte, era experta en transmitir mucho más de lo que abiertamente decía. En los Brit Awards de 1994, Harvey salió junto a la islandesa Björk a interpretar una subversión de (I Can’t Get No) Satisfaction de los Rolling Stones, anulada la armonía, casi monotonal la melodía de voz. Era una interpretación que casaba mucho mejor la letra con la música, la pura expresión de la apatía. Quedaba reducida la distancia irónica entre músico y canción que los Guns n’ Roses habían achacado a su adorado Mick Jagger. Era la visceral autenticidad de la que Axl Rose alardeaba respecto a sus propios bolos. Era la libertad punk que Kurt Cobain siempre había perseguido como artista. Era el mismo compartimento en el que Nirvana y Guns n’ Roses podían viajar en asientos conjuntos. @