semántico es donde encontró sus desavenencias
con un movimiento que era excesivamente macho
y bravucón. La música que él quería hacer era
emocionalmente más compleja. Le gustaba hacer el
idiota como a cualquier cantante blanco superficial,
pero también resultar apasionado y sincero, algo
que parecía reservado para el patetismo trágico
de cantantes como Morrissey (The Smiths),
Robert Smith (The Cure) o Michael Stipe (REM).
Como cantautor, Cobain quería encontrar una vía
intermedia donde los bichos raros como él pudieran
caminar entre los márgenes del resto de estilos.
Por suerte para Nirvana —o también gracias
a ellos—, los noventa fueron la primera época
de tolerancia musical y conciliación de distintas
músicas. La Generación X, aunque sufriera
habitualmente el divorcio de sus padres, también
era la primera que no desdeñaba por sistema la
colección de vinilos de aquellos. Nirvana es una
miscelánea estilística entre la visceralidad punk, los
tonos de rock y la sensibilidad pop.
Y las mujeres qué. Aunque odiara su Aberdeen
natal, Cobain tuvo la suerte de haber nacido en el
estado que vio germinar el riot grrrl, un movimiento
musical esencialmente feminista que fructificó en
multitud de grupos de punk y garage de chicas,
con una fuerte actitud DIY. La música suponía una
reversión del hardcore tan masculino, y varios de los
grupos favoritos del cantante de Nirvana surgieron
de allí. Por desgracia, en las horas más oscuras de
Cobain, como se puede leer en las páginas finales
de sus diarios, acabó más bien desencantado con
el movimiento puesto que su otrora buena relación
con las Bikini Kill, pioneras del subgénero, se había
enturbiado tras convertirse él en icono pop en boca
de todos. Era 1993 y Kurt tenía muy pocos amigos.
Ese mismo año se editó In Utero, cuyo productor,
Steve Albini, había participado meses antes en
la grabación de Rid of Me, segundo trabajo de
una joven y poderosa artista británica, PJ Harvey.
Sus letras podían interpretarse como feministas,
si bien ella negaba dicha intención a la hora de
escribirlas. Pero PJ Harvey, como buena maga del
arte, era experta en transmitir mucho más de lo
que abiertamente decía. En los Brit Awards de 1994,
Harvey salió junto a la islandesa Björk a interpretar
una subversión de (I Can’t Get No) Satisfaction de los
Rolling Stones, anulada la armonía, casi monotonal
la melodía de voz. Era una interpretación que casaba
mucho mejor la letra con la música, la pura expresión
de la apatía. Quedaba reducida la distancia irónica
entre músico y canción que los Guns n’ Roses habían
achacado a su adorado Mick Jagger. Era la visceral
autenticidad de la que Axl Rose alardeaba respecto
a sus propios bolos. Era la libertad punk que Kurt
Cobain siempre había perseguido como artista. Era
el mismo compartimento en el que Nirvana y Guns n’
Roses podían viajar en asientos conjuntos. @