Revista Cactus Cactus 37 | Page 27

Nos hace sentir la esperanza y el fuego que hay dentro de sus protagonistas, lo salvaje, la rabia. American Honey encerrados en el encuadre y metidos en el microcosmos de sus personajes. Poco a poco surge una sensación de intimidad gracias a la que se nos urge a empatizar con su situación, conectándonos con ellos por medio de momentos emocionales y profundamente humanos de una enorme intensidad en los que las imágenes de Andrea Arnold y Robbie Ryan, su director de fotografía habitual, resultan increíblemente hermosas y poéticas. De esta forma, la cineasta combina a la perfección el aire de autenticidad al plantear la realidad y la exploración visceral y personal de aquellos a quienes nadie presta atención. Nos hace sentir la esperanza y el fuego que hay dentro de sus protagonistas, lo salvaje, la rabia; quiere que veamos lo que la sociedad pretende quitarles, aquello a lo que ellos se agarran intentando seguir con vida. Es ahí donde adquiere especial importancia la labor de Arnold y Ryan representando la potencia que poseen el tacto y la vista para sus personajes, pues constantemente recurren a ellos tratando de hallar y de entender la belleza de las cosas para no dejarla escapar. Asimismo, la música es otro elemento central en sus películas, ya que contribuye a exponer el anhelo de estos outsiders: sus sentimientos embotellados pueden salir a la luz en una escena de baile o cantando a voz en grito una canción, acercándoles, aunque sea momentáneamente y por primera vez, a quienes les rodean o facilitándoles una vía de escape. Porque Jackie, Mia, Heathcliff y Star están aislados, incapaces de encontrar un lugar al que pertenecer, y esto se traduce en su total lejanía con respecto a una vida que normalmente deben observar a lo lejos y a través de pantallas, puertas y ventanas. La necesidad de alcanzar y tocar algo o, sobre todo, a alguien que arroje un poco de luz y les haga apreciar que todavía hay una rendija por la que respirar hace que aquí el exterior y la naturaleza sean un símbolo de libertad frente a la opresión de esos complejos de viviendas sociales y de esos moteles de carretera que habitan como pueden y que, a ojos de la sociedad, definen a estos personajes según su falta de recursos y oportunidades. Así, bajo un cielo que nadie logrará expoliarles, Andrea Arnold los retrata de forma incansable y apasionada luchando una y otra vez por salir adelante y conectar con otra persona en la que poder confiar, impidiendo que se ahoguen por completo en remordimientos o en frustraciones, porque, aunque la realidad ponga a prueba su supervivencia, ellos siempre van a conseguir arrancarle un día más a la vida. @