Nos hace sentir la esperanza y
el fuego que hay dentro de sus
protagonistas, lo salvaje,
la rabia.
American Honey encerrados en el encuadre y metidos
en el microcosmos de sus personajes. Poco a poco
surge una sensación de intimidad gracias a la que se
nos urge a empatizar con su situación, conectándonos
con ellos por medio de momentos emocionales y
profundamente humanos de una enorme intensidad
en los que las imágenes de Andrea Arnold y Robbie
Ryan, su director de fotografía habitual, resultan
increíblemente hermosas y poéticas.
De esta forma, la cineasta combina a la perfección
el aire de autenticidad al plantear la realidad y la
exploración visceral y personal de aquellos a quienes
nadie presta atención. Nos hace sentir la esperanza
y el fuego que hay dentro de sus protagonistas,
lo salvaje, la rabia; quiere que veamos lo que la
sociedad pretende quitarles, aquello a lo que ellos
se agarran intentando seguir con vida. Es ahí donde
adquiere especial importancia la labor de Arnold y
Ryan representando la potencia que poseen el tacto
y la vista para sus personajes, pues constantemente
recurren a ellos tratando de hallar y de entender la
belleza de las cosas para no dejarla escapar. Asimismo,
la música es otro elemento central en sus películas, ya
que contribuye a exponer el anhelo de estos outsiders:
sus sentimientos embotellados pueden salir a la luz
en una escena de baile o cantando a voz en grito una
canción, acercándoles, aunque sea momentáneamente
y por primera vez, a quienes les rodean o facilitándoles
una vía de escape. Porque Jackie, Mia, Heathcliff y Star
están aislados, incapaces de encontrar un lugar al que
pertenecer, y esto se traduce en su total lejanía con
respecto a una vida que normalmente deben observar
a lo lejos y a través de pantallas, puertas y ventanas.
La necesidad de alcanzar y tocar algo o, sobre
todo, a alguien que arroje un poco de luz y les haga
apreciar que todavía hay una rendija por la que
respirar hace que aquí el exterior y la naturaleza sean
un símbolo de libertad frente a la opresión de esos
complejos de viviendas sociales y de esos moteles
de carretera que habitan como pueden y que, a ojos
de la sociedad, definen a estos personajes según su
falta de recursos y oportunidades. Así, bajo un cielo
que nadie logrará expoliarles, Andrea Arnold los
retrata de forma incansable y apasionada luchando
una y otra vez por salir adelante y conectar con otra
persona en la que poder confiar, impidiendo que
se ahoguen por completo en remordimientos o en
frustraciones, porque, aunque la realidad ponga
a prueba su supervivencia, ellos siempre van a
conseguir arrancarle un día más a la vida. @