Cactus
en 1917, Brennan se mudó a Estados Unidos siendo
adolescente y, aunque estuvo casada una vez, pasó
la mayor parte de su vida viviendo sola y moviéndose
sin descanso por Nueva York. Columnista para The
New Yorker, donde escribía bajo el pseudónimo de The
Long-Winded Lady –algo así como señora Prolija–, su
obra se divide entre ácidas crónicas de la sociedad
burguesa y los relatos de sus infancia en Dublín.
«Cada uno había intentado engañar al otro y Rose
había ganado. Durante los últimos diez minutos,
había adivinado que él se estaba demorando arriba
a propósito. No lo había llamado ni había subido,
como habría hecho cualquier otra mujer. Para
Rose, eso habría sido "molestarlo". Hacer las cosas
directamente significaba “molestarlo”».
—Una chica puede malograr su suerte (1962)—
La conciencia ética y la frivolidad a la que hace
alusión Núñez se observan, sobre todo, en sus
crónicas de Nueva York, la segunda parte de este
compendio. Apuntaba Brennan que, las cuarenta y
siete piezas aquí reunidas –y publicadas en The New
Yorker entre 1953 y 1968 bajo el pseudónimo de la
señora Prolija– eran una serie de instantáneas. «Es
como si ese personaje de la señora Prolija mostrara
fotografías tomadas durante un largo y lento
itinerario, no a través, sino por el interior de la más
temeraria, ambiciosa, confusa, cómica, triste, fría
y humana de todas las ciudades. A veces creo que
dentro de Nueva York hay un Caballo de Madera
luchando desesperadamente por salir, pero la
mayoría de los días pienso en Nueva York como una
ciudad volteada, medio inclinada, con sus habitantes
colgados, la mayoría de ellos aún capaces de reírse
mientras se aferran a la peligrosa isla para no caer»,
escribía Brennan en una nota.
A pesar de llevar
más de veinticinco
años viviendo en la
ciudad, Brennan nunca
llegó a considerarse
neoyorquina y, al igual
que ella definía a la
señora Prolija, se le podía
considerar una “viajera
residente”. Es probable
que ese hecho de “no
pertenencia” fuese
precisamente lo que le
permitió que tuviera esa
mirada: «le interesa lo que ve, pero no es curiosa, ni
siquiera inquisitiva», señalaba la escritora irlandesa.
Sin embargo, los textos estaban dotados de un
enfoque tan irónico y divertido como reflexivo. «Creo
que la señora Prolija es real cuando escribe, aquí, de
alguna de las vistas que contempló en la ciudad que
ama», sentenciaba. La señora Prolija no dejaba de ser
un pseudónimo, un alter ego, y Brennan murió allí,
perdida entre las calles de Nueva York. @
De Dublín a Nueva York recopila, en su primera
parte, veintiún cuentos dublineses publicados entre
1952 y 1973. Es en esta parte donde Brennan fagocita
su infancia y su familia y lo devuelve en forma
de relatos costumbristas que, a la vez, infunden
recelo y tristeza. La descripción de un país en
conflicto, la profunda religiosidad, la pobreza que
habitaba alrededor, pero, sobre todo, las relaciones
intrafamiliares son lo que predominan a lo largo
de todos y cada uno de los relatos. Isabel Núñez, la
traductora de la obra, apuntaba que Brennan era
«una escritora seria, rigurosa y perfeccionista» y,
sin embargo, le llamó la atención «cómo mezclaba
su conciencia ética con su toque frívolo». «Me
impresionó el personaje: tan guapa, tan lista y,
también, tan triste». Esa tristeza, dicen, la arrastraba
desde 1972, año en el que Maeve Brennan publicó el
relato que cambió su vida y que cierra
la primera parte de este libro: Las
fuentes del afecto, una crónica de tres
generaciones de dos familias de Irlanda
protagonizado por una señora de
ochenta y siete años que nunca se ha
casado y a la cual se muestra como una
mujer rencorosa y fracasada. «El relato
en sí es una ficción, pero el paisaje y los
personajes, las casas y habitaciones,
están tomados directamente de la vida
real, lo que significa que los familiares
de Maeve sufrieron la brutal conmoción
de verse a sí mismos a través de los
ojos implacables de otra persona», explicaba Bolick
en su ensayo Solterona. Después de la publicación del
relato, la tía de Brennan escribió en la parte posterior
de una fotografía de Maeve: «Un cambio brutal a peor,
1972». Desde entonces, dicen, nunca se volvió a ver a
la brillante articulista sin dolor y sus últimos días los
pasó alcoholizada y con serios problemas mentales
que la llevaron a dormir en los lavabos de The New
Yorker e, incluso, a la indigencia.
La obra de Brennan
se divide entre ácidas
crónicas de la sociedad
burguesa y los relatos
de sus infancia en
Dublín.
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#37 09–10_2019
«Ese humor de siesta es muy notable en Nueva
York y en pleno downtown, muy raro. Era una ocasión
misteriosa y alegre, como si a todos los ciudadanos
les hubieran repartido su dosis estacional de tiempo
y hubieran descubierto que tenían mucho, de
sobra, mucho más tiempo del que nunca hubieran
imaginado».
–La comida favorita del Balzac (1963)—