Revista Buenaventura edición Diciembre 2015 2015 | Page 52

¿Y si los hago yo? Dicen que el que espera, desespera y ya yo estaba desesperada. Fue así como un día hablando con Marisa Arias –quien mencionó que quería aprender a hacer tamales– tomé la decisión que me ha llevado a ese evento bautizado “tamalada”. Ocurrió por primera vez en el 2010 y se inició como un camino tentativo, ya que la receta estaba difusa en mi memoria, así es que me pasé semanas interrogando a mi mamá al respecto, pues ella siempre figuró como una presencia más sólida en aquellos cocina’os y también gozaba de una memoria fabulosa que la sitúan como un sólido referente. La invitación se hace así: doy la fecha –y todo el mundo sabe que la hora es “bien temprano”–, cada quien llega y se va en el horario en que puede; no hay que traer nada, cada quien tiene un trabajo asignado y al final del día cada voluntario se lleva su paquete de tamales. Toño, mi esposo, me trae las hojas de tallo y de bijao de la finca; Isabelita Tejada corta los hilos; Maru pesa el pollo y el puerco y los pone con la aceituna y la ciruela pasa en pequeños recipientes de aluminio; yo peso las porciones de masa y Hay una cosa que me tortura desde la primera tamalada y es que cada voluntario envuelve a su manera y, a pesar de que hacemos el intento de uniformar, siempre terminamos con tamales cuadrados, otros con cintura y algunos que no estamos muy seguros de qué forma tienen. hago las bolas; el nuevo hierve las hojas y el resto arma. Las tareas empiezan como dos semanas antes, pues el puerco y el pollo los cocino con anticipación y los congelo. Son millones de libras de cada uno y con ese sistema me va bien. La noche anterior se cocina el maíz y se deja en las ollas de bruja con agua hasta las 4 o 5 de la mañana en que empezamos a moler. Los chicharrones… bueno esa es otra historia. El cuadro de Excel Si bien hacer tamales es una tarea ancestral, organizarla se ha modernizado, por lo menos en mi casa. En un cuadro gigante de Diciembre 2015 | 49