Revista Buenaventura edición Diciembre 2015 2015 | Page 50

Ya llegó la Navidad... Mamá Chenta no compraba regalos para Navidad, los cocinaba. A casa llegaba siempre un galón de ron ponche y un cartucho en el que había un tamal para cada uno de los residentes de la casa. No eran tan sofisticados como los de hoy en día que tienen “la gallina”, que ahora es pollo, deshilachada; aquellos traían su presa, o media presa, porque la pechuga alcanzaba para varios. Para mi papá un encuentro y nada de puerco porque le caía mal. Eran enormes, no como las miniaturas actuales y esto no era percepción de niña: todos los que alguna vez los probaron concuerdan en que un tamal de mamá Chenta era una comida. Les cuento que el regalo se hizo aún más divertido cuando ella nos empezó a invitar a que la ayudáramos en la Una vez medidas las porciones empezamos a armar. Todo el mundo se mete con todo el mundo. Unos alaban y otros critican el tamal del vecino, algunos van rápido y otros lentos como tortugas; pero ¿quién está midiendo?, lo importante es compartir y divertirnos y eso lo hacemos muy bien. tarea. Moler el maíz con pedacitos de chicharrón nos parecía fabuloso (no lo comenten, pero es el secreto para una masa ´deliciosísima´) y amasarlo ni se diga. Cuando llegaba la hora de armar no nos daba mucho chance porque eso tiene su ciencia y nuestras manos chiquitas no siempre mostraban la destreza necesaria. Pasaron los años y mamá Chenta dejó de cocinar y uno empezó a comer tamales de “por ahí”, siempre buscando el sabor especial que se nos había quedado grabado en ese lugar de donde nunca salen las cosas queridas. A veces la búsqueda rayaba en desesperación y otras se apaciguaba por el conformismo de no encontrar opciones. Mucho tamal malo comí en aquellos años. Uno que otro mejorcito; pero como los de mamá Chenta, ¡ninguno! No podía dejar por fuera a la inventora de todo esto. Cada año cuando termino y me siento a comerme el primer tamal de la Navidad le pregunto: “¿Cómo me quedaron?”. Diciembre 2015 | 47