MISCELÁNEA
rojos que eran de cajón y que nuestro
viejo disfrutaba.
Compramos la fruta que se vendía en
carretilla, la leche que se expendía en
porongos y el pan francés grande de
10 Cvs. y el chico de 5 Ctvs. de harina
blanquísima, el tolete, el pinganillo, el de
cebada que se vendían en canastas.
Crecimos leyendo las novelas de Marcial La Fuente Estefanía y viendo las
“coboyadas” que se proyectaban en los
salones de la Iglesia de San José en Jesús María o los cines de barrio: Odeón,
Lux, Metropolitan, Beverly, Olimpo,
Huascar, Azul, Mariátegui,Colina, Barranco, Ritz, Fantasía, Monumental,
Hollywood, Ideal, Pacífico, Avenida,
Badell, Bellavista o Sáenz Peña, en cuyos “balcones” nos reuníamos para
molestar a los de “platea”, o el Breña
que no tenía balcón sino “delantero”. Era lo más satánico que hacía una
“banda” o grupo de amigos. También
el día domingo íbamos al cine pero a
lateral o platea según el bolsillo, para
hacer nuestros pininos de Don Juanes.
Años en los que si algo se arreglaba a las
“trompadas”, se terminaba con un fuerte apretón de manos y mayor respeto
por el rival. La mayoría de veces, nuestros mejores amigos llegaron a ser con
quienes nos dimos más duro.
Crecimos en la época en que se respetaba más a las damas y los ancianos,
a quienes se les cedía el asiento en los
vehículos de transporte masivo y el cobrador solo dejaba subir la misma cantidad de pasajeros que bajaban; tiempo
en el que no existían las hoy llamadas
“combis asesinas”.
Somos de aquellos que aplacaron la
sed con un “Pibe”, un “Buen Humor”,
un Skimo de fresa y cuando había plata
una caja de bombones o un Alaska, una
“Cremolada” o raspadilla, o los “chupetes” o “adoquines”, de diferentes sabores que vendían las vecinas y los helados
de “Taormina” o “Parisi”.
Endulzábamos el paladar con una “Melcocha” o un “Turrón”, no el de Doña
Pepa, sino el que vendía en la calle nuestro esperado “turronero” al igual que el
“zanguito”, la mazamorra morada del
“Chalaquito”...
En la puerta del colegio llegaba un carre-
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tillero a ofrecernos los turrones rojos,
los de gusanitos o los voladores todos
con una miel roja y pegajosa y las bombas rellenas de crema pastelera.
Nos “empujábamos” los deliciosos panes
con chicharrón y camote en el Mercado
del Callao y deliciosos escabeches en el
“Chimbombo” de Buenos Aires, y si queríamos comer bien rico, nos íbamos al
Chifa “Chung Wha” arriba del mercado o
al “Se salió el Pollo” de Chucuito con su
inigualable ají, también cuando conseguíamos algo de dinero íbamos al Tip Top de
la Av. Arenales por el helado de máquina o el Zambito cubierto de chocolate,y
cuando se podía el salchipapas.
Vimos a la abuela lavar con “boliche” y
“añil” y más tarde con “Ace”, producto
que se presentaba como: “Ace lavando,
yo descansando”.
dernos, simplemente había que arrancar
la hoja y empezar nuevamente y si insistíamos en cometer errores, teníamos
que escribir cientos de veces, sacando
punta a los lápices una y otra vez: “No
debo ... “, etc., etc.
Una de las “armas”, que se nos hubiese
ocurrido llevar a la escuela era una “liga”
para lanzar pequeños papelitos exactamente cuadrados, los que enrollábamos
y doblábamos por la mitad, para lanzarlos como proyectiles, contra desprevenidos compañeros. Lo más mortífero,
era apenas una “honda” o la olvidada
“horqueta”.
Y no somos viejos; no sentimos serlo en
lo más mínimo, pues creemos que en lo
“añejo” de los años que hoy llevamos a
cuestas, todavía está el reflejo de aquella
bella juventud que nos tocara disfrutar.
“Coca-Cola” era “la pausa que refresca”, bebida que competía con la
“Pasteurima” , “Bidú” y “Kola Inglesa”. A quien no le endilgaron el aceite
de Hígado de Bacalao, sin olvidar los
purgantes (para lavar el estómago).
Crecimos viendo a los mayores peinarse con “Glostora” y olorearse con los
perfumes que expendían por onzas de
colores violetas, verdes, rojos, vendedores que caminaban con una maletita
por todo Lima y Callao, pregonándolo.
Recuerdan los vendedores ambulantes
de un desodorante de la repitiendo.....
lander americano... lander americano.....
chocando los frascos?
Igual nos sentimos tan niños como cualquier otro infante, cuando en un momento emotivo, desearíamos tener la
presencia y el consejo de un padre que
se nos adelantó en el camino.
Saboreábamos “Revolución Caliente”,
aquellas que hacían “rechinar los dientes”; las “Humitas” que vendían simpáticas morenas, luego de un zimbreante
“malambo” o “festejo” en plena pista, el
vendedor de empanadas que llevaba en
dos enormes canastas una en cada brazo.
Mañana, nos llevaremos todos esos gratos recuerdos y diremos, como también
dijeran todas las generaciones que nos
precedieron:
A estas alturas de la vida, en la que
uno comienza a comparar todo, a
cuestionarse todo, yo ahora no puedo decir que si todo tiempo pasado
fue mejor o no, y no lo puedo decir
porque no me interesa, solo me interesa el saber que traté, que hice
mi mejor esfuerzo por vivir cada instante, cada experiencia de vida, sin
limitaciones más que las de la ética,
la estética, la moral, los valores de lo
bueno y de lo malo. Por eso ahora
no le temo a la muerte, porque todo
lo que he hecho lo hice de corazón
y siempre tratando de ser mejor y
solo me preocupa el dejar de vivir.
Lo que papá o mamá decían, era orden,
disciplina y no se nos ocurría siquiera
responder insolentemente.
No había idea de que la marca de una
ropa o “ropa de marca”, nos pudiera
hacer competir con nuestros compañeros, salvo los blue jeans con los que los
pitucos del barrio usaban Lee y nosotros
los nacionales.
Todo era diferente.
No nos aceptaban borrones en los c