Pero lo que realmente ocurrió fue algo para lo cual ningún ser humano podía estar preparado.
Mientras ejecutaba rápidamente los pases hipnóticos, entre los clamores de: «¡Muerto! ¡Muerto!», que
literalmente explotaban desde la lengua y no desde los labios del sufriente, bruscamente todo su
cuerpo, en el espacio de un minuto, o aún menos, se encogió, se deshizo… se pudrió entre mis
manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, no quedó más que una masa casi líquida de
repugnante, de abominable putrefacción.
FIN