REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 96
corriendo. Era una noche clara, de luna. Al pie de la pared del
granero principal, donde figuraban inscritos los siete manda-
mientos, se encontraba una escalera rota en dos pedazos.
Squealer, momentáneamente aturdido, estaba tendido en el sue-
lo y muy cerca estaban una linterna, un pincel y un tarro volcado
de pintura blanca. Los perros formaron inmediatamente un
círculo alrededor de Squealer, y lo escoltaron de vuelta a la casa,
en cuanto pudo caminar. Ninguno de los animales lograba en-
tender lo que significaba eso, excepto el viejo Benjamín, que
movía el hocico con aire enterado, aparentando comprender, pe-
ro sin decir nada.
Pasados unos cuantos días, cuando Muriel estaba leyendo los
siete mandamientos, notó que había otro que los animales recor-
daban malamente. Ellos creían que el quinto mandamiento de-
cía: «Ningún animal beberá alcohol», pero pasaron por alto dos
palabras. Ahora el Mandamiento indicaba: «Ningún animal be-
berá alcohol en exceso».
IX
El casco partido de Boxer tardó mucho en curar. Habían co-
menzado la reconstrucción del molino al día siguiente de termi-
narse los festejos de la victoria. Boxer se negó a tomar ni siquie-
ra un día de asueto, e hizo cuestión de honor el no dejar ver que
estaba dolorido. Por las noches le admitía reservadamente a
Clover que el casco le molestaba mucho. Clover lo curaba con
emplastos de yerbas que preparaba mascándolas, y tanto ella
como Benjamín pedían a Boxer que trabajara menos. «Los pul-
mones de un caballo no son eternos», le decía ella. Pero Boxer
no le hacía caso. Sólo le quedaba —dijo— una verdadera ambi-
ción: ver el molino bien adelantado antes de llegar a la edad de
retirarse.
96