REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 66
necesidades del molino están por encima de todo lo demás»,
afirmó. En consecuencia, estaba tomando las medidas necesa-
rias para vender una parte del heno y otra de la cosecha de
trigo de ese año, y más adelante, si necesitaban más dinero,
tendrían que obtenerlo mediante la venta de huevos, para los
cuales siempre había mercado en Willingdon. «Las gallinas
—dijo Napoleón— debían recibir con agrado este sacrificio
como aportación especial a la construcción del molino.»
Nuevamente los animales se sintieron presos de una vaga
inquietud. «Nunca tener trato alguno con los humanos, nunca
dedicarse a comerciar, nunca usar dinero», ¿no fueron ésas las
primeras resoluciones adoptadas en aquella reunión triunfal,
después de haberse expulsado a Jones? Todos los animales
recordaron haber aprobado tales resoluciones o, por lo menos,
creían recordarlo. Los cuatro jóvenes cerdos que habían pro-
testado cuando Napoleón abolió las reuniones, levantaron sus
voces tímidamente, pero fueron silenciados de inmediato por
el feroz gruñido de los perros. Entonces, como de costumbre,
las ovejas irrumpieron con su «¡Cuatro patas sí, dos pies no!»
y su cantinela se impuso. Finalmente, Napoleón levantó la
pata para imponer silencio y anunció que ya había decidido
todos los convenios. No habría necesidad de que ninguno de
los animales entrara en contacto con los seres humanos, lo
que sería indeseable. Tenía la intención de tomar todo el peso
de las decisiones sobre sus propios hombros. Un tal señor
Whymper, un comisionista que vivía en Willingdon, había
accedido a actuar de intermediario entre «Granja Animal» y el
mundo exterior, y visitaría la granja todos los lunes por la
mañana para recibir instrucciones. Napoleón finalizó su dis-
curso con su grito acostumbrado de «¡Viva la "Granja Ani-
mal"!», y después de cantar «Bestias de Inglaterra», despidió
a los animales.
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