REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 48
do se les presentaba de esta forma, no sabían qué decir. La im-
portancia de conservar la salud de los cerdos, era demasiado
evidente. De manera que se decidió sin discusión alguna, que la
leche y las manzanas caídas de los árboles (y también la cosecha
principal de manzanas cuando éstas maduraran) debían reservar-
se para los cerdos en exclusiva.
IV
Para fines de verano, la noticia de lo ocurrido en la «Granja
Animal» se había difundido por casi todo el condado. Todos los
días, Snowball y Napoleón enviaban bandadas de palomas con
instrucciones de mezclarse con los animales de las granjas co-
lindantes, contarles la historia de la Rebelión y enseñarles los
compases de «Bestias de Inglaterra».
Durante la mayor parte de ese tiempo, Jones permanecía en
la taberna «El León Colorado», en Willingdon, quejándose a
todos los que quisieran escucharle, de la monstruosa injusticia
que había sufrido al ser arrojado de su propiedad por una banda
de animales inútiles. Los otros granjeros se solidarizaron con él,
aunque no le dieron demasiada ayuda. En su interior, cada uno
pensaba secretamente si no podría en alguna forma transformar
la desgracia de Jones en beneficio propio. Era una suerte que los
dueños de las dos granjas que lindaban con «Granja Animal»
estuvieran siempre enemistados. Una de ellas, que se llamaba
Foxwood, era una granja grande, anticuada y descuidada, cu-
bierta de arboleda, con sus campos de pastoreo agotados y los
cercados en un estado lamentable. Su propietario, el señor Pil-
kington, era un agricultor señorial e indolente que pasaba la ma-
yor parte del tiempo pescando o cazando, según la estación. La
otra granja, que se llamaba Pinchfield, era más pequeña y estaba
mejor cuidada. Su dueño, un tal Frederick, era un hombre duro,
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