REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 26

perros, Bluebell, Jessie y Pincher, y luego los cerdos, que se arrellanaron en la paja delante de la plataforma. Las gallinas se situaron en el alféizar de las ventanas, las palomas revolotearon hacia los tirantes de las vigas, las ovejas y las vacas se echaron detrás de los cerdos y se dedicaron a rumiar. Los dos caballos de tiro, Boxer y Clover, entraron juntos, caminando despacio y po- sando con gran cuidado sus enormes cascos peludos, por temor de que algún animalito pudiera hallarse oculto en la paja. Clover era una yegua robusta, entrada en años y de aspecto maternal que no había logrado recuperar la silueta después de su cuarto potrillo. Boxer era una bestia enorme, de casi quince palmos de altura y tan fuerte como dos caballos normales juntos. Una fran- ja blanca a lo largo de su hocico le daba un aspecto estúpido, y, ciertamente no era muy inteligente, pero sí respetado por todos dada su entereza de carácter y su tremenda fuerza para el traba- jo. Después de los caballos llegaron Muriel, la cabra blanca, y Benjamín, el burro. Benjamín era el animal más viejo y de peor genio de la granja. Raramente hablaba, y cuando lo hacía, gene- ralmente era para hacer alguna observación cínica; diría, por ejemplo, que «Dios le había dado una cola para espantar las moscas, pero que él hubiera preferido no tener ni cola ni mos- cas». Era el único de los animales de la granja que jamás reía. Si se le preguntaba por qué, contestaba que no tenía motivos para hacerlo. Sin embargo, sin admitirlo abiertamente, sentía afecto por Boxer; los dos pasaban, generalmente, el domingo en el pe- queño prado detrás de la huerta, pastando juntos, sin hablarse. Apenas se echaron los dos caballos, cuando un grupo de pa- titos que habían perdido la madre entró en el granero piando débilmente y yendo de un lado a otro en busca de un lugar don- de no hubiera peligro de que los pisaran. Clover formó una es- pecie de pared con su enorme pata delantera y los patitos se ani- daron allí durmiéndose enseguida. A última hora, Mollie, la bo- nita y tonta yegua blanca que tiraba del coche del señor Jones, entró afectadamente mascando un terrón de azúcar. Se colocó 26