REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 23

petitiva, tanto si se está como si no de acuerdo con el disco que suena en aquel momento. Conozco todos los argumentos que se esgrimen contra la liber- tad de expresión y de pensamiento, argumentos que sostienen que no «debe» o que no «puede» existir. Yo, sencillamente, respondo a todos ellos diciéndoles que no me convencen y que nuestra civili- zación está basada en la coexistencia de criterios opuestos desde hace más de 400 años. Durante una década he creído que el régi- men existente en Rusia era una cosa perversa y he reivindicado mi derecho a decirlo, a pesar de que seamos aliados de los rusos en una guerra que deseo ver ganada. Si yo tuviera que escoger un tex- to para justificarme a mí mismo elegiría una frase de Milton que dice así: «Por las conocidas normas de la vieja libertad». La palabra vieja subraya el hecho de que la libertad intelectual es una tradición profundamente arraigada sin la cual nuestra cultura occidental dudosamente podría existir. Muchos intelectuales han dado la espalda a esta tradición, aceptando el principio de que una obra deberá ser publicada o prohibida, loada o condenada, no por sus méritos sino según su oportunidad ideológica o política. Y otros, que no comparten este punto de vista, lo aceptan, sin embar- go, por cobardía. Un buen ejemplo de esto lo constituye el fracaso de muchos pacifistas incapaces de elevar sus voces contra el milita- rismo ruso. De acuerdo con estos pacifistas, toda violencia debe ser condenada, y ellos mismos no han vacilado en pedir una paz nego- ciada en los más duros momentos de la guerra. Pero, ¿cuándo han declarado que la guerra también es censurable aunque la haga el Ejército Rojo? Aparentemente, los rusos tienen todo su derecho a defenderse, mientras nosotros, si lo hacemos, caemos en pecado mortal. Esta contradicción sólo puede explicarse por la cobardía de una gran parte de los intelectuales ingleses cuyo patriotismo, al pare- cer, está más orientado hacia la URSS que hacia la Gran Bretaña. Conozco muy bien las razones por las que los intelectuales de nuestro país demuestran su pusilanimidad y su deshonestidad; co- 23