REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 15
británica siga tal como está: muy centralizada y propiedad, en su
mayor parte, de unos pocos hombres adinerados que tienen muchos
motivos para no ser demasiado honestos al tratar ciertos temas im-
portantes. Pero esta misma clase de censura velada actúa también
sobre los libros y las publicaciones en general, así como sobre el
cine, el teatro y la radio. Su origen está claro: en un momento dado
se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por las
personas bienpensantes y aceptadas sin discusión alguna. No es que
se prohíba concretamente decir «esto» o «aquello», es que «no está
bien» decir ciertas cosas, del mismo modo que en la época victo-
riana no se aludía a los pantalones en presencia de una señorita. Y
cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silen-
ciado con sorprendente eficacia. De ahí que casi nunca se haga ca-
so a una opinión realmente independiente ni en la prensa popular ni
en las publicaciones minoritarias e intelectuales.
En este instante, la ortodoxia dominante exige una admiración
hacia Rusia sin asomo de crítica. Todo el mundo está al cabo de la
calle de este hecho y, por consiguiente, todo el mundo actúa en
consonancia. Cualquier crítica seria al régimen soviético, cualquier
revelación de hechos que el gobierno ruso prefiera mantener ocul-
tos, no saldrá a la luz. Y lo peor es que esta conspiracion nacional
para adular a nuestro aliado se produce a pesar de unos probados
antecedentes de tolerancia intelectual muy arraigados entre noso-
tros. Y así vemos, paradójicamente, que no se permite criticar al
gobierno soviético, mientras se es libre de hacerlo con el nuestro.
Será raro que alguien pueda publicar un ataque contra Stalin, pero
es muy socorrido atacar a Churchill desde cualquier clase de libro o
periódico. Y en cinco años de guerra -durante dos o tres de los cua-
les luchamos por nuestra propia supervivencia- se escribieron in-
contables libros, artículos y panfletos que abogaban, sin cortapisa
alguna, por llegar a una paz de compromiso, y todos ellos aparecie-
ron sin provocar ningún tipo de crítica o censura. Mientras no se
tratase de comprometer el prestigio de la Unión Soviética, el prin-
cipio de libertad de expresión ha podido mantenerse vigorosamen-
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