REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 113
con una chaqueta negra, pantalones bombachos y polainas de
cuero, mientras que su favorita lucía el vestido de seda que la
señora Jones acostumbraba a usar los domingos.
Una semana después, una tarde, cierto número de coches
llegó a la granja. Una delegación de granjeros vecinos había sido
invitada para realizar una visita. Recorrieron la granja y expresa-
ron gran admiración por todo lo que vieron, especialmente el
molino.
Los animales estaban escardando el campo de nabos. Traba-
jaban casi sin despegar las caras del suelo y sin saber a quien
debían temer más: si a los cerdos o a los visitantes humanos.
Esa noche se escucharon fuertes carcajadas y canciones
desde la casa. El sonido de las voces entremezcladas despertó
repentinamente la curiosidad de los animales. ¿Qué podía estar
sucediendo allí, ahora que, por primera vez, animales y seres
humanos estaban reunidos en igualdad de condiciones? De
común acuerdo se arrastraron en el mayor silencio hasta el
jardín de la casa.
Al llegar a la entrada se detuvieron, medio asustados, pero
Clover avanzó resueltamente y los demás la siguieron. Fueron
de puntillas hasta la casa, y los animales de mayor estatura es-
piaron por la ventana del comedor. Allí, alrededor de una larga
mesa, estaban sentados media docena de granjeros y media do-
cena de los cerdos más eminentes, ocupando Napoleón el pues-
to de honor en la cabecera. Los cerdos parecían encontrarse en
las sillas completamente a sus anchas. El grupo estaba jugando
una partida de naipes, pero la habían suspendido un momento,
sin duda para brindar. Una jarra grande estaba pasando de ma-
no en mano y los vasos se llenaban de cerveza una y otra vez.
El señor Pilkington, de Foxwood, se puso en pie, con un
vaso en la mano. Dentro de un instante, explicó, iba a solicitar
un brindis a los presentes. Pero, previamente, se consideraba
obligado a decir unas palabras.
113