REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 104

mera vez que alguien lo veía galopar. «¡Pronto, pronto! —gri- tó—. ¡Vengan en seguida! ¡Se están llevando a Boxer! ». Sin esperar órdenes del cerdo, los animales abandonaron el trabajo y corrieron hacia los edificios de la granja. Efectivamente, en el patio había un gran furgón cerrado, con letreros en los costa- dos, tirado por dos caballos, y un hombre de aspecto ladino to- cado con un bombín aplastado en el asiento del conductor. La cuadra de Boxer estaba vacía. Los animales se agolparon junto al carro. —¡Adiós, Boxer! —gritaron a coro—, ¡adiós! —¡Idiotas! ¡Idiotas! —exclamó Benjamín saltando alrede- dor de ellos y pateando el suelo con sus cascos menudos—. ¡Idiotas! ¿No veis lo que está escrito en los letreros de ese furgón? Aquello apaciguó a los animales y se hizo el silencio. Mu- riel comenzó a deletrear las palabras. Pero Benjamín la empujó a un lado y en medio de un silencio sepulcral leyó: —«Alfredo Simmonds, matarife de caballos y fabricante de cola, Willingdon. Comerciante en cueros y harina de huesos. Se suministran perreras». ¿No entienden lo que significa eso? ¡Lo llevan al descuartizador! Los animales lanzaron un grito de horror. En ese momento el conductor fustigó a los caballos y el furgón salió del patio a un trote ligero. Todos los animales lo siguieron, gritando. Clo- ver se adelantó. El furgón comenzó a tomar velocidad. Clover intentó galopar, pero sus pesadas patas sólo alcanzaron el me- dio galope. —¡Boxer! —gritó ella—. ¡Boxer! ¡Boxer! En ese momento, como si hubiera oído el alboroto, la cara de Boxer, con la franja blanca en el hocico, apareció por la ventanilla trasera del carro. 104