encendía la silueta de los paraísos y después
ver la sombra de los paraísos 'sobre la tierra
iluminada. y no sólo la luz, eran también los
ruidos que se filtraban al silencio, eran las
voces que lo llamaban y le respondían, y por
fin no estaba solo.
Desde esa vez, desde esa noche, él esperó otras
noches. Era suficiente que la luna creciera un
poco y avanzara crecida desde las copas de los
algarrobos. Esperaba, silencioso, hasta que los
demás se iban a dormir, hasta que el padre se
fuera a dormir, porque el padre había
empezado a quedarse, a demorarse junto a él
en las noches de luna.
El padre había dejado de ir al Almacén
Iglesias, y en las noches de luna se quedaba
un largo rato junto al hijo, y después se iba a
dormir pero se quedaba junto a la cama y más
tarde salía, calzaba antes el Colt a la cintura y
salía a la noche pero no sentía más ruidos que
los pasos de su hijo por entre las sombras.
Hasta que una noche se dijo tiene que ser
antes de que amanezca. Porque él no quería
saber si era chancho o guará, no hubiera
soportado saberlo. Levantó el revólver y dijo
antes de que amanezca. Para que no sufra.
(de "Con otro sol" (1976), publicado en Selección de
Autores Entrerrianos, MC Ediciones, Paraná, 1989)
Diego Angelino Nació en Maciá, departamento Tala, en
1944. Radicado desde 1964 en la Patagonia, reside en El
Bolsón, Río Negro. Cuentista y novelista, en 2018 publica
“El bumerang vuelve al cazador”.
Claudia Rosa, in memoriam
H
ace un año nos dejó
Claudia Rosa. Rara avis
esta Rosa, como una
rosa negra. Una rosa que
se marchitó demasiado pronto pero dejó
su sutil perfume entre quienes la
conocieron.
Como un colibrí siempre se la veía
inquieta, inasible, imparable entre recortes
y libros. Siempre en la búsqueda de las
palabras bien escritas, hurgando los rincones de la
literatura regional, esa que con vocación universal tiene
que “remarla” para subirse a los escaparates de la fama
metropolitana.
Claudia siempre recorriendo territorios en sus
búsquedas. En la UNER, La UADER y de pronto, en un
veloz vuelo en Alemania, o en París, o en su última
morada: la Universidad del Nordeste.
Desde su casi iniciático Poética e ideología en Carlos
Martronardi, se alza con el premio Fray
Mocho, máximo galardón entrerriano de
las letras.
Siempre fiel a un anclaje regional de la
literatura, en su último trabajo publicado
por el parisino Cuadernos Lírico, dice: “El
mal que aqueja a la literatura argentina
no es la extensión sino la apropiación de
la cultura de la pampa húmeda, que
alcanza la forma de lo nacional por sobre
las producciones literarias de otras regiones del país. Un
hiperprovincialismo expandido con pretensiones
cosmopolitas. Y en estas constelaciones creadas a las
sombras terribles del siglo XIX, que no terminamos
nunca de invocar, aparece como contrapartida la
impronta litoraleña que todos nosotros estamos
empujados a evocar.” (Alfredo Veiravé y sus paisajes
laterales). Así fue y así debe seguir siendo en alguna
galaxia. Con el empuje para llevar nuestra voces a
Claudia Rosa fue profesora de las cátedras “Semiótica” y “Procesos Culturales Argentinos y Latinoamericanos” en la Facultad de
Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos, docente de posgrado, investigadora. Además, fue docente en
la Universidad Autónoma de Entre Ríos y en la Universidad Nacional del Nordeste, en Corrientes y rectora del Instituto ETER
Paraná. Se destacó en la crítica literaria y en colaboraciones fundamentales en las publicaciones de Amaro Villanueva y Arnado
Calveyra, entre otras obras de la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Falleció en Corrientes el 5 de julio de 2018.
RAMOS GENERALES 31