lecturas |
Diego Angelino
Antes de que
amanezca
e
l menor de los Álvarez nació-
porque los padres se
obstinaron, y como después
diría todo el mundo y ellos
mismos lo reconocerían, fue
un capricho y Una forma de desafiar a Dios y
de tentar al Diablo.
Seis hijos varones habían tenido los Álvarez y
debieron quedarse conformes. Sobre todo el
padre, el padre debió admitir que hay yeguas y
vacas que paren siempre machos, y hay
hembras que paren siempre hembras pero éste
no era el caso de su mujer y él debió
resignarse a no tener una hija, porque todos y
él más que nadie sabían que si era varón el
séptimo estaba condenado por el destino. No
porque antes hubiese nacido un lobizón en
Campo del Banco, sino porque esto se sabía
desde siempre.
Cuando nació el séptimo hijo de los Álvarez
todo Campo del Banco supo que había un
lobizón. Algunos ni espera.ron que e1
muchacho creciera. No había cumplido un año
cuando en el Almacén Iglesias se dijo que
andaba una forma negra rodando la laguna.
Esto se dijo una madrugada de domingo,
cuando todos habían tomado bastante, lo
suficiente al menos como para que cada uno
comenzara a recordar algún miedo olvidado.
Y a partir de entonces todos lo vieron y lo
volvieron a ver, algún viernes con luna,
volviendo de algún lado. Unos decían que era
un chancho y otros decían que era un zorro
guará, pero más grande todavía. Las
discusiones terminaban cuando llegaba el viejo
Álvarez y la ginebra se volvía silenciosa,
sórdida, tan silenciosa y' sórdida que ni el viejo
Álvarez la podía aguantar, y sin siquiera
despedirse montaba su caballo y volvía de un
galope.
Él nunca lo vio. Vio sí muchas veces,
demasiadas veces a su hijo arrinconado
aparte, callado cuando todos hablaban,
hundido en un mundo al cual ni él ni la madre
ni los demás hijos querían aludir.
Porque el séptimo hijo de los Álvarez, al
lobizón de los Álvarez como todos decían,
nadie le dijo nunca nada. Pero no hizo falta
que nadie se lo dijera para que él pudiera
percibir que la gente había tendido algo en
tomo que lo separaba definitivamente. Desde
chico se acostumbró a que nadie le hablara, y
cuando creció encontró necesario que nadie le
hablara, se acostumbró y necesitó que lo
relegaran al silencio. Primero fue un poco
difícil porque había dentro suyo una voz que
quería hablar, quería comunicarse con los
hermanos y con los padres y con la gente que
cada vez menos llegaba hasta la casa. Pero
después la voz fue acallándose, cada vez más
hasta el momento en que parecía que iba a
morir y fue entonces cuando encontró la
noche.
Había luna esa vez y el menor de los Álvarez se
había demorado como siempre silencioso en
un rincón de la cocina. No sólo los padres y los
hermanos dormían, era uno de esos momentos
de la noche en que todos los ruidos se
repliegan y los mismos animales nocturnos
parecen suspenderse. Entonces, sin saber bien
por qué, él salió a la noche. Se aventuró
despacio, parándose primero en la puerta de la
cocina, mirando hacia abajo adonde la luz
lunar dibujaba su propia sombra. Y después
caminó, sin rumbo. Caminaba y se detenía y
empezaba a descubrir que la noche también
tiene su voz, el mismo silencio de la noche
resuena y él podía oírlo y no era necesario
hablar porque ya estaban hablando. No era
hablar pero era mirar la luna y ver cómo
RAMOS GENERALES 30