El vientecillo corrió por entre las ramas de la Jacaranda, descendiendo hacia don Cipriano que medio recargado en su burrita parecía una estatua de bronce, como las que había en alguna época en el jardín del pueblo personificando a los héroes patrios. Sopló traviesamente contra la cara del viejito haciéndole vibrar las grandes orejas. Don Cipriano regresó de las profundidades del pensamiento, terminó por quitarse el sombrero acomodándolo en su regazo e inconscientemente inició una canción:
-Un viejo amooor, ni se olvida ni se deja. Un viejo amoooor de nuestra alma si se aleja ¡pero nunca dice adiós!
Don Chón se había aproximado en silencio, primero con una actitud picaresca, con la intención de asustar a su viejo amigo, pero al escucharlo cantar con tanta enjundia y sentimiento, cambió de opinión y terminó por sentarse cuidadosamente y en silencio para no interrumpir a su amigo.
-¡Don chón, que milagrote! –Dijo don Cipriano agradablemente sorprendido al ver a su amigo.- no lo vi aproximarse, ¡que bella mañana! Y que aromas tan espléndidos.
-¡A caray!, ¿pos quien es usted viejito y que hizo con mi amigo don Cipriano?...¿Cómo que, qué milagro? si a diario nos vemos por acá.
-A que mi amigo don Chón tan bromista, pos es solo un decir, sólo pa´hacer plática.
-¡Noo, pos sí!, tas un poco raro amigo, algo así como enyerbado –dijo don Chón medio a su amigo, medio a sí mismo- que se me hace que te dieron polvitos de ¡Quiéreme agüevo!
-Que polvitos ni que ocho cuartos amigo Chón… ah que gran verdad esa que dice que el corazón no envejece.
-Si, el cuero es el que se arruga, y amigo don Cipriano, usted no tiene arrugas, tiene zurcos.
-Usted no se asuste ni se acongoje viejito, recuerde que el viejo que se cura cien años dura. Y yo estoy curado… ¡amigo, estoy curado!
-Ta’gueno, pero no me grite que aún no estoy sordo. Y no olvide que, de los cuarenta para arriba no te mojes la barriga, y usted mi estimado romeo, esta todito empapado.
-Pos pa’que le digo que no; la noche de anoche fue mágica- don Cipriano se decidió a contarle a su amigo- todo fue perfecto, la temperatura, la humedad, la brisa, los danzones y claro la hermosa compañía.
-Si lo recuerdo, usted y doña Fina parecía que brillaban y es que, a buena mujer poco freno basta.
-Sí, todo fue mágico…
-¿Pero?... –Completó don Chón-
-Pos, el tal pulgarcito
-¿Quién?
-El pulgarcito ése, el perro que Finita quedo de amarrar para que yo pudiera pasar por ella.
-Ah, sí, ¿y qué pasó?, ¿se le olvidó amarrarlo?
-No hasta eso, lo amarró a la argolla de la pared junto al portón del patio, pero el tal pulgarcito no hacia honor a su nombre… amigo era puro sarcasmo, el condenado resultó un perrote, de esos de color café con orejas puntiagudas y que parecen caballos, con la cabezota más grande que la de usted, perdonando la comparación y me llegaba casi a la piocha. Y el inche animal no dejaba de ladrar y brincar, desde que me olfateó a lo lejos.
-Mmm sí, creo que a esa raza de perros les llaman Gran Danés, y para la próxima agarre a otro güey pa´comparar, de su familia pa’no jerrarle.
Los Dichos de los Viejitos,
Son Evangelios Chiquitos
Por Dagoberto Javier Tortolero Santillana