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PULSO Cajamarquino
Cajamarca, 17 de marzo del 2014
MI CANTO ES UN CANTO LIBRE
Escribe: Antonio Goicochea Cruzado
H
ace 40 años que
conocí a Víctor
Jara un día del
mes de julio del 1973, en
un concierto auspiciado
por el Instituto Nacional
de Cultura en el Teatro
Municipal de Trujillo.
Conocedor de mi cercanía ideológica con Víctor
Jara, mi hijo Ronald hizo
que mi esposa, Imelda; el
primero de mis nietos,
Toño; y, yo asistiéramos
al Centro Cultural
Gabriela Mistral, en Santiago de Chile, a la Cantata “Víctor, sin Víctor
Jara”, que se ponía en
escena para conmemorar
los 40 años del asesinato
de este juglar.
Cuatro días antes de la
navidad 2013, ocho de la
tarde, sí, en el verano de
Santiago, es tarde. En el
amplio escenario del teatro, dos músicos, uno con
guitarra y otro con violín,
recibían a los espectadores con música de la canción “El Niño Luchín”,
que de inmediato trajo a
mi mente su hermosa
letra: Frágil como un
volantín/ en los techos de
Barranca/jugaba el niño
Luchín/con sus manitas
moradas/con la pelota de
trapo/con el gato y con el
perro/…
Llegado el momento de
inicio, a platea llena y
cuando todos escuchábamos aquella linda música, de repente, como una
tromba, ingresaron en
dos hileras, una a la derecha y otra a la izquierda,
cantantes que con voz de
trueno entonaban: Mi
canto es un canto
libre/que se quiere regalar/a quien estreche su
mano,/a quien quiera
disparar./Mi canto es
una cadena/sin comienzo ni final,/y en cada eslabón se encuentra/el
canto de los demás…
Como impulsados por un
resorte, los allí presentes
nos pusimos de pie y
acompañamos el canto
con rítmicas palmadas.
Sigamos cantando juntos/a toda la humanidad,/que el canto es una
paloma/que vuela para
alcanzar,/estalla y abre
sus alas/para volar y
volar./Mi canto es un
canto libre…
Eran cuarenta actores y
músicos, cinco de ellos
familiares de los ejecuta-
dos políticos. Tomaron el
escenario y no salieron de
él hasta después de una
hora con veinte minutos
que duró su performance, cuarenta, uno por
cada uno de los años que
han pasado desde su asesinato.
Se retrató la vida, lucha y
muerte de los asesinados,
unos con nombre y otros
anónimos personalizados en la egregia figura
de Víctor Jara. Se resaltó
los valores morales y políticos que incentivaron la
militancia de Víctor y de
los demás asesinados por
la junta militar de Pinochet; y, se pintó el presente ominoso de los asesinos supervivientes, ironizados con costumbrismo
y lenguajes que las convenciones teatrales lo
hacen posible, en prosa y
en verso libre. Un coro
qu