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Por supuesto, una cosa es poder, otra la capacidad de hacerlo y otra más el poder hacerlo en condiciones de igualdad (especial- mente de audiencia potencial) de los medios tradicionales. Pero el mundo red no ha hecho más que empezar, las capacidades de la infraestructura no paran de crecer, la mutación de los consu- midores es una cosa de ayer y, prácticamente, todas las amena- zas de destrucción y modificación de valor que se han venido intuyendo desde que apareció internet se han ido cumpliendo. Pero la sobreabundancia de contenido, ese poder llegar por mi cuenta como organización a cualquier usuario conectado (cuan- do llegas al segmento de menores de veinticinco años es senci- llo: son todos), el incremento de capacidad y de extensión de dis- positivos para todos los entornos y situaciones es una tendencia, sin duda, y dicho con todo el riesgo de las profecías, irreversible. Comunicar a quien no quiere ser comunicado se va a tornar com- plejo. Comunicar tu discurso comercial, ese que oculta tus defec- tos y engrandece tus virtudes, todo ello teñido de emociones potentes, se vuelve complejo. Es un axioma de las redes, que cuesta digerir en cualquier departamento de marketing, el hecho de que las cosas en la red no se borran, que las reacciones vandálicas en forma de usuarios indignados o emocionados con un vídeo de los que se vuelven (no son, se vuelven) virales son incontrolables. El hecho de que el usuario intercambia informa- ción en tiempo real sobre ti y te presiona con su percepción de servicio cuyos defectos no puedes ocultar. Esta sería la venganza a largo plazo de la esperanza Cluetrain. Que, al final, la honestidad y la bidireccionalidad de la comunicación se pueden volver inevitables. Que la atención dispersa sólo puede resolverse con tu capacidad de concentrarla en un punto propio. Que tienes que tener algo que decir para que te escuchen y que no te escucharán si está diseñado para que te oigas tu solo. Y eso lleva a crear tus propios contenidos, relevantes para tu público. Esto no es necesariamente entretenimiento. Unas veces lo será. La colu- sión con otras características de red, como la relación entre pares y la tendencia a la cocreación, requiere establecer relaciones de igualdad con los usuarios que más contribuyen a tu desarrollo. Y todo eso impone apertura de datos, reconocimiento a la contribu- ción de tus seguidores más realmente involucrados (mala forma de llamar a un socio) y ganarse el respeto de comunidades que mañana cambian de bar si el ambiente no es propicio. Algo sucede ya. No es únicamente la brillante campaña que hemos visto del Banco Sabadell#, una que emplea la publici- dad tradicional para llevar al público buscado a su propia pla- taforma, una plataforma que ha creado contenido reflexivo de larga duración, elevada estética y, sobre todo, sin ningún claim ni perorata sobre el producto, para vincularlo finalmente a sus productos de inversión. Una vinculación natural y atractiva a la reflexión que la marca espera del cliente para entrar en un pro- ceso de decisión. Suceden más cosas. No hace tanto, una cuenta en Twitter y un perfil en Facebook suponían una novedad corporativa que provo- 44 ¿En la ruta hacia la no interrupción? caba, incluso, la publicación de notas de prensa que incidían en el valor innovador de tal o cual marca. En pocos meses, en todos los sectores este tipo de presencias está generalizado. Existe, por supuesto, una cierta exageración de expectativas sobre lo que realmente pueden hacer este tipo de herramientas. Sobre todo, en el terreno de la urgencia (no diré en el terreno de la venta) pues, como se ha dicho anteriormente, existe la tendencia a caer en los mismos mecanismos de comunicación propios de los medios de masas y la unidireccionalidad. Esa tendencia no evita, no obstante, que los recursos simples adoptados para dar vida a esos espacios se hayan agotado an te el incremento de ruido, la sobreabundancia de “feeds” con enla- ces y noticias replicados de otros medios. La abundancia, tam- bién, del traslado de ofertas que hubieran ido a otros canales. Sin duda, falta de madurez en el uso de medios tan nuevos. El ago- tamiento exige diferenciación, tanta diferenciación que sólo se puede terminar en la creación de contenido original: curiosa- mente, aunque el blog, por ejemplo, no está de moda para el intercambio de ideas, especialmente entre el público más juvenil y el nuevo llegado a la red, los blogs corporativos y de figuras públicas aumentan. Hasta el punto de ser fuente para medios informativos, como puede suceder, por ejemplo, con el blog per- sonal de José Ignacio Goirigolzarri#, ex consejero delegado del BBVA. Son un medio sin limitación de espacio ni condicionantes estéticos ni funcionales de otros servicios donde un plantea- miento inteligente permite un acercamiento a públicos influ- yentes y resolver muchas cuestiones de soporte que no se pue- den hacer en otras herramientas. Puedo aconsejarles que consul- ten el blog de la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones, un excelente ejemplo.# La conclusión es que vivimos en un mundo en transición de potenciales cambios sugerentes, agresivos y, con toda seguridad inesperados. La utopía de la reflexión que hemos iniciado en estas páginas es un mundo sin filtros de entrada a la comunica- ción en el que, como decían los viejos hackers, quien más com- parte es quien más gana. Quién más tiene que decir y mejor hace para crear espacios para compartir contenidos y reflexio- nes, mejor vinculación tendrá. Un mundo con dificultades para reunir grandes masas de usuarios en un único sitio, pero que conservará grandes nodos de referencia capaces de proporcionar contenidos con valores de producción altos inabordables en otras escalas. En muchos sitios se repite un nuevo mantra: engagement is the new advertising. Una traducción algo libre del término engage- ment nos llevaría a que es la vinculación o la pegajosidad a tu marca - tus contenidos, las reflexiones y relatos que compartes en los que la intención de seducir cuenta, pero la de molestar no tiene sitio - lo que es la verdadera o lo que sustituye a la publicidad. Los razonamientos utópicos tienen la mala fortuna de enfrentarse a la realidad y al tiempo. Y pueden verse destrozados o, también, ver que el cumplimiento del grueso de sus promesas se desplaza en el tiempo. A lo mejor, hasta para no verlo.