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Ocio y

opinión

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Sin saberlo

Salía del dentista. En lugar de ir directamente a casa se desvió sin razón alguna por una esquina. Continúo hasta que a lo lejos vio el imponente rótulo. Paró en seco. No había estado en ese lugar desde aquella ocasión, la primera. Ansioso y amilanado, alcanzó el local. Contempló su reflejo en el espejo ahumado de la entrada. Recordó su expresión despreocupada y feliz, la ilusión de un momento que fue perfecto; la imaginó a su lado. Quiso entrar, pero la puerta estaba asegurada. Registró el interior; estaba completamente vacío. En la empalizada del pequeño jardín un letrero: SE VENDE. Al parecer, al igual que él, la cafetería no había soportado el paso del tiempo. Deseó con todos sus fuerzas que todavía atendieran, poder sentarse en la butaca, conversar apaciblemente, estar con ella, abrazarla una vez más, volver al inicio, ganarle la carrera al tiempo. Se sentía impotente. Siguió por la acera. Nunca se había tomado el tiempo de atravesar el resto de la calle. En la esquina, sorprendiéndolo en sus pensamientos, un indigente trató de asirlo por el hombro. Impelido por la maniobra saltó a la calle. Una motocicleta estuvo a centímetros de atropellarlo. Acabó de cruzarla maldiciendo, sin volverse. Pensó a quién iban dirigidos sus denuestos e imprecaciones. A mí mismo, balbuceó; se conminaba por no haber tenido el tesón y la seguridad para mantenerla a su lado.

Habría recorrido unos cincuenta metros cuando la vio: la misma marquesina azul. Aquel día llovió. Ahora se percataba de que discutieron a la entrada de un hotel; seguramente el recepcionista y la gente que estuvo en el vestíbulo aquella tarde se dieron cuenta de todo. Ni siquiera recordaba cómo habían terminado allí, mucho menos las razones de aquella rencilla, pero a partir de ese momento todo empeoró. Poco después terminaron. Cuando estuvo frente al edificio las puertas automáticas se deslizaron. Se encontraba demasiado lejos como para que se abrieran por su causa. No se distinguía nada en el interior, una profunda oscuridad lo gobernaba. Deben tener una falla eléctrica, pensó e inmediatamente lo asaltó una idea. Habían estado tres años juntos y ¿cuánto habían recorrido? Se estremeció. A lado del hotel se levantaba una construcción. Paneles bruñidos le devolvían su reflejo. Sólo entonces se reconoció. Tenía una barba larga y descuidada, había perdido mucho cabello, no se preocupaba ni un ápice por su apariencia; se halló esmirriado y feo. Comprendió

"El lunes renunciaré", pensó, "dejaré mi apartamento, venderé mi carro, tomaré el dinero que tengo ahorrado y viajaré por el país; no conozco el lugar en el que vivo". Solamente no se decidía por dónde empezar su travesía, por el norte o por el sur. Todavía podía esperar, tenía tres días para pensarlo. El fin de semana empacaría sus cosas.

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EDITORIAL

Editor: José Torres. / Coordinación editorial: Patricio Ulloa. / Redacción: Cristhian Astudillo, Michelle Morán, Jean Carlos Sotomayor, José Torres, Patricio Ulloa.

Universidad de las Américas, 2015. Quito - Ecuador