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H arto se ha especulado sobre la colosal antigüedad de muchos restos megalíticos diseminados a lo largo y ancho de la enorme extensión de lo que hoy ha pasado a denominarse el continente americano. En su momento, a principios del siglo XX, Arturo Posnansky y el Coronel Fawcett, indagaron sobre la existencia en una era remota, de civilizaciones grandiosas que florecieron en los Andes y la selva amazónica; en Austria se fundaba la Sociedad de Thule y Lanz Von Liebenfels, Rudolf Von Sebottendorf y Guido Von Lizt, entre los más prominentes miembros fundadores, propiciaron con sus teorías ariosóficas, la aparición de una camada de osados exploradores que se sirvieron de los pioneros estudios de Posnansky y Fawcett para aventurarse en ignotas latitudes del continente americano en búsqueda de
vestigios de aquella civilización protohistórica más conocida en la jerga de la paleontología y la arqueología alternativa, como la Atlántida.
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HISTORIA OCUL
Por: Ursus de la Vega
Es de esta manera que investigadores de la talla de Edmund Kiss, Hans Horbiger y Karl Hauschoffer llegaron hasta Tiahuanacu, Puma Punku, Nazca y Sacsahuaman en busca de claves para desentrañar la historia perdida de la Atlántida en los Andes, décadas antes de que modernos investigadores como Jaques Bergiere y Luis Pawles, en los 50s, Graham Hanckok y Karl Brugger en los 70s, Robert Scruton en los 80s, Jim Allen en los 90s, y Paul H. Koch en 2007, lo propusieran en sus trabajos.
De igual manera, famosos esoteristas cuyas obras sirvieron de base para la aparición de varias corrientes teosóficas y metafísicas como Helena Petrovna Blavatsky, Arnoldo Krunheller, Rudolf Steiner y Gurdief, entre los más destacados, revelan en sus obras que América fue asiento de una gran parte de la civilización atlante. En Europa las obras de Robert Scruton,“ La Otra Atlántida” y“ Secretos de la Pérdida Atlántida” siguen la pista atlante en los vestigios de una civilización frisona tragada por las aguas que floreció en Europa del norte, cuando Inglaterra estaba unida a la masa continental. Paul H. Koch destapa por primera vez la existencia de vestigios megalíticos atlantes en España que fueron etiquetados como recientes por una cronología estándar elaborada caprichosamente por arqueólogos
escépticos y miopes, inconscientemente segados por el materialismo dialéctico y el dogma del proceso evolutivo de la humanidad, o bien, intencionalmente dirigidos, lo que es más grave, echando un manto de ocultamiento y prejuicio sobre tales posibilidades.
Pero en este artículo nos abocaremos a esta parte del mundo. Tratemos de identificar el rastro Atlante partiendo desde América del Norte. Sin lugar a dudas hay una clave para desentrañar este misterio: el signo de la Swástika. Aunque no quedan vestigios visibles de grandes ruinas megalíticas en Norteamérica, o ya sea que no han sido descubiertas aún, o han sido ocultadas por los enemigos de la verdad del conocimiento público, lo cierto es los pueblos originarios que habitaban América del Norte antes del arribo de los colonizadores europeos, perpetuaron tradiciones ancestrales en mitos y leyendas referidas a esa época de oro en la que floreció
la Atlántida. Los indios hopy hablan de los“ hombres pájaro”, como muchas de las tribus polinesias del pacífico, para referirse a los habi-