Desde que uno juega las primeras pichangas con los amigos
del barrio, o los compañeros de colegio, existe esa falacia
futbolera de que el malo siempre va al arco. Se arma el equi-
po, nadie se ofrece, y casi por inercia todos coinciden en que
el más limitado ataja. Para muchos es una posición aburri-
da. Porque mientras todos se matan corriendo detrás de la
pelotita y haciendo goles, el arquero solo observa como los
demás se divierten.
Es cierto, a veces pasa que ni le llegan, pero no siempre es
el peor de la cancha. Porque el fútbol no es solo moverse
dentro de un campo de juego, tirar un enganche y perseguir
un balón. Es mucho más que eso. El buen fútbol se constru-
ye y se elabora, y no hay otro que tenga una mejor visión
de juego que el propio arquero, que tiene toda una cancha
a su merced. Él es quien puede entender mejor el juego y
comunicarse con sus compañeros para ordenarlos.
Ser arquero es observar el fútbol desde otra perspectiva. Es
una posición exclusiva donde solo uno juega, se viste dife-
rente al resto y de él depende que al equipo no le entren
goles. Pasará un largo rato en que no se mueva, pero ahí
tiene que estar. Alerta, vivito.
Por eso es tan difícil ser arquero. Una mala y te liquidan. Un
error te cuesta un gol, un partido o un campeonato. Solo los
valientes se paran bajo los tres postes.
Algunos siempre quisieron atajar y otros lo hicieron por
descarte. Muchos tenían las condiciones y otros se fueron
puliendo en el camino. Son todas historias distintas pero
que, cuando suena el pitazo inicial, se viven de igual forma.
Porque los arqueros conocen su responsabilidad. Son juga-
dores distintos, son determinantes.