POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 80

»–Nada, hombre –le respondí. »–Sí –dijo–; habla, algo te pasa. »–Creo que estoy harta de esto –le dije. »–Nosotros también –dijo él, y se sentaron en el banco junto a mí. Había uno que llevaba una bota de vino y me la ofreció. »–Mójate la boca –me dijo, y el otro siguiendo la conversación que habían comenzado, agregó–: Lo peor es que esto acarrea desgracia. Nadie me hará creer que cosas como, matar a don Guillermo de esta manera no traigan desgracia. Entonces el otro dijo: »–Si hace falta verdaderamente matarlos a todos, y no estoy seguro de que sea necesario, que se les mate al menos de una manera decente y sin burlarse de ellos. »–La burla está justificada en el caso de don Faustino –dijo el otro–. Porque ha sido siempre un fantasmón y jamás un hombre serio. Pero burlarse de un hombre serio como don Guillermo no es justo. »–Tengo llenas las tripas de todo esto –le dije, y era absolutamente verdad, porque sentía un verdadero malestar dentro de mí y sudores y náuseas como si hubiese comido pescado podrido. »–Entonces, nada –dijo el primero–. No vamos a pringarnos más. Pero me pregunto qué es lo que pasa en los otros pueblos. »–No han reparado todavía las líneas telefónicas –dije yo–. Va a haber que ocuparse de ello. »–Claro –dijo el campesino–. ¿Quién sabe si no haríamos mejor ocupándonos de la defensa del pueblo en vez de asesinar a la gente con esa lentitud y esta brutalidad? »–Voy a hablar de eso con Pablo –les dije, y me levanté del banco para ir a los porches que conducían a la puerta del Ayuntamiento, de donde salían las filas. Estas no tenían orden ni concierto, y había mucha borrachera y muy grave. Dos hombres estaban tumbados en el suelo y permanecían tendidos boca arriba, en medio de la plaza, pasándose una botella de uno a otro. Uno de ellos tomó un trago y gritó después: "Viva la anarquía", sin moverse del suelo, boca arriba, gritando como si fuera un loco. Llevaba un pañuelo negro y rojo en torno al cuello. El otro gritó: "Viva la libertad", y empezó a dar patadas en el aire, y luego gritó de nuevo: "Viva la libertad." Tenía también un pañuelo rojo y negro y lo agitaba con una mano, mientras que con la otra agitaba una botella. »Un campesino que se había salido de las filas y se había puesto a la sombra de los porches los miraba disgustado, y dijo: "Debieran gritar: Viva la borrachera. No son capaces de creer en otra cosa." »–No creen siquiera en eso –dijo otro campesino–. Esos no creen en nada ni comprenden nada. »En aquel momento uno de los borrachos se puso de pie, levantó el brazo cerrando el puño por encima de su cabeza y gritó: "Viva la anarquía y la libertad y me c... en la leche de la República." El otro borracho, que seguía aún en el suelo, atrapó por la pantorrilla al que gritaba y dio media vuelta, de modo que el borracho que gritaba cayó sobre él. Luego se sentó y el que había hecho caer a su amigo le pasó el brazo por el hombro, le tendió la botella, besó el pañuelo rojo y negro que llevaba y los dos bebieron juntos a morro. «Justamente entonces se oyó un alarido en las filas y mirando hacia el porche no pude ver quién salía porque su cabeza no sobrepasaba las de los que se apretujaban delante de la puerta del Ayuntamiento. Todo lo que podía ver era que Pablo y Cuatrodedos empujaban a alguien con sus escopetas, aunque no llegaba a descubrir quién era; y me acerqué a las filas por la parte en donde se apretujaban contra la puerta para tratar de ver.