POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 75
campesinos y escupió al suelo. Podía escupir verdadera saliva, y en
momentos semejantes tienes que saber, inglés, que eso es una cosa muy
rara. Y gritó: "¡Arriba España! ¡Abajo la República! y me c... en la
leche de vuestros padres."
»Le mataron a palos, rápidamente, acuciados por los insultos, golpeándole
tan pronto como llegó a la altura del primer hombre; golpeándole mientras
intentaba avanzar, con la cabeza alta, golpeándole hasta que cayó y
desgarrándole con los garfios y las hoces una vez caído, y varios hombres
le llevaron hasta el borde del barranco para arrojarle, y cuando lo
hicieron las manos y las ropas de esos hombres estaban ensangrentadas; y
empezaban a tener la sensación de que los que iban saliendo del
Ayuntamiento eran verdaderos enemigos y tenían que morir.
»Hasta que salió don Ricardo con su bravura insultándoles, había muchos
en las filas, estoy segura, que hubieran dado cualquier cosa por no haber
estado en ellas. Y si uno de entre las filas hubiera gritado: "Vámonos,
perdonemos a los otros, ya tienen una buena lección", estoy segura de que
la mayoría habría estado de acuerdo.
»Pero don Ricardo, con toda su bravuconería, hizo a los otros un mal
servicio. Porque excitó a los hombres de las filas y, mientras que antes
habían estado cumpliendo con su deber sin muchas ganas, luego estaban
furiosos y la diferencia era visible.
»–Haced salir al cura, y las cosas irán más de prisa –gritó alguien.
»–Haced salir al cura.
»–Ya hemos tenido tres ladrones; ahora queremos al cura.
»–Dos ladrones –dijo un campesino muy pequeño al hombre que había
gritado–. Fueron dos ladrones los que había con Nuestro Señor.
»–¿El señor de quién? –preguntó el otro, furioso, con la cara colorada.
»–Es una manera de hablar: se dice Nuestro Señor.
»–Ese no es mi señor, ni en broma –dijo el otro–. Y harías mejor en tener
la boca cerrada, si no quieres verte entre las dos filas.
»–Soy tan buen republicano libertario como tú –dijo el pequeño–. Le he
dado a don Ricardo en la boca y le he pegado en la espalda a don
Federico. Aunque he marrado a don Benito, ésa es la verdad. Pero digo que
Nuestro Señor es así como se dice y que tenía consigo a dos ladrones.
»–Me c... en tu republicanismo. Tú hablas de don por aquí y por allá.
»–Así es como los llamamos aquí.
»–No seré yo. Para mí, son cabrones. Y tu señor... Ah, mira, aquí viene
uno nuevo.
»Fue entonces cuando presencié una escena lamentable, porque el hombre
que salía del Ayuntamiento era don Faustino Rivero, el hijo mayor de su
padre, don Celestino Rivero, un rico propietario. Era un tipo grande, de
cabellos rubios, muy bien peinados hacia atrás, porque siempre llevaba un
peine en el bolsillo y acababa de repeinarse antes de salir. Era un Don
Juan profesional, un cobarde que había querido ser torero. Iba mucho con
gitanos y toreros y ganaderos, y le gustaba vestir el traje andaluz, pero
no tenía valor y se le consideraba como un payaso. Una vez anunció que
iba a presentarse en una corrida de Beneficencia para el asilo de
ancianos de Avila y que mataría un toro a caballo al estilo andaluz, lo
que durante mucho tiempo había estado practicando; pero cuando vio el
tamaño del toro que le habían destinado en lugar del toro pequeño de
patas flojas que él había apartado para sí, dijo que estaba enfermo y
algunos dicen que se metió tres dedos en la garganta para obligarse a
vomitar.
»Cuando le vieron los hombres de las filas empezaron a gritar:
»–Hola, don Faustino. Ten cuidado de no vomitar.
»–Oye, don Faustino, hay chicas guapas abajo, en el barranco.
»–Don Faustino, espera que te traigan un toro más grande que el otro.