POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 72
atravesaban la plaza, llevaban las ropas con las que iban a trabajar al
campo, porque tuvieron que apresurarse para llegar al pueblo; pero
algunos no supieron cómo tenían que vestirse en el primer día del
Movimiento y se habían puesto su traje de domingo y de los días de
fiesta, y ésos, viendo que los otros, incluidos los que habían llevado a
cabo el ataque al cuartel, llevaban su ropa más vieja, sentían vergüenza
por no estar vestidos adecuadamente. Pero no querían quitarse la chaqueta
por miedo a perderla, o a que se la quitaran los sinvergüenzas, y estaban
allí, sudando al sol, esperando que aquello comenzara.
»Fue entonces cuando el viento se levantó y el polvo, que se había secado
ya sobre la plaza, al andar y pisotear los hombres se comenzó a levantar,
así que un hombre vestido con traje de domingo azul oscuro gritó: "¡Agua,
agua!", y el barrendero de la plaza, que tenía que regarla todas las
mañanas con una manguera, llegó, abrió el paso del agua y empezó a
asentar el polvo en los bordes de la plaza y hacia el centro. Los hombres
de las dos filas retrocedieron para permitirle que regase la parte
polvorienta del centro de la plaza; la manguera hacía grandes arcos de
agua, que brillaban al sol, y los hombres, apoyándose en los bieldos y en
los cayados y en las horcas de madera blanca, miraban regar al
barrendero. Y cuando la plaza quedó bien regada y el polvo bien asentado,
las filas se volvieron a formar, y un campesino gritó: "¿Cuándo nos van a
dar al primer fascista? ¿Cuándo va a salir el primero de la caja?"
»–En seguida –gritó Pablo desde la puerta del Ayuntamiento–. En seguida
va a salir el primero. –Su voz estaba ronca de tanto gritar durante el
asalto al cuartel.
»–¿Qué los está retrasando? –gritó uno.
»–Aún están ocupados con sus pecados –contestó Pablo.
»–Claro, como que son veinte –replicó otro.
»–Más –repuso otro.
»–Y entre veinte hay muchos pecados que confesar.
»–Sí, pero me parece que es una treta para ganar tiempo. En un caso como
éste, sólo deberían recordar los más grandes.
»–Entonces, tened paciencia, porque para veinte se necesita algún tiempo,
aunque no sea más que para los pecados más gordos.
»–Ya la tengo –contestó otro–; pero sería mejor acabar. En bien de ellos
y de nosotros. Estamos en julio y hay mucho trabajo. Hemos segado, pero
no hemos trillado. Todavía no ha llegado el tiempo de las fiestas y las
ferias.
»–Pero esto de hoy será una fiesta y una feria –dijo alguien–. Será la
feria de la libertad, y desde hoy, cuando hayamos terminado con éstos, el
pueblo y las tierras serán nuestras.
»–Hoy trillamos fascistas –gritó otro–, y de la paja saldrá la libertad
de este pueblo.
»–Tenemos que administrarla bien, para merecerla –añadió otro más–.
Pilar, ¿cuándo nos reunimos para la reorganización?
»–En seguida que acabemos con éstos –dije yo–. En el mismo edificio del
Ayuntamiento.
»Yo llevaba en son de chanza uno de esos tricornios charolados de la
Guardia civil y había bajado el disparador de la pistola, sosteniéndolo
con el pulgar como me parecía que era preciso hacerlo, y la pistola
estaba colgada de una cuerda que llevaba alrededor de la cintura, con el
largo cañón metido bajo la cuerda. Cuando me la puse me pareció que era
una buena broma, pero luego lamenté no haber cogido el estuche de la
pistola, en lugar del sombrero. Y uno de los hombres de las filas me
dijo: "Pilar, hija, me parece de mal gusto que lleves ese sombrero, ahora
que se ha acabado con cosas como la Guardia civil..."
»–Entonces, me lo quitaré –dije yo, y me lo quité.