POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 61

—A mí no me gusta. —El tampoco te quiere, y tiene sus motivos. Ayer, por la noche, dormí con él. –Sonreía, moviendo la cabeza de uno a otro lado.– Vamos a ver, le dije, Pablo, ¿por qué no has matado al extranjero? »–Es un buen muchacho, Pilar; un buen muchacho. »–¿Te das cuenta de que soy yo la que mando? »–Sí, Pilar, sí –me respondió. Después, me di cuenta de que estaba despierto y llorando. Lloraba de una manera entrecortada, fea, como hacen los hombres, como si tuviese dentro un animal que le estuviera sacudiendo. »–¿Qué te pasa, Pablo? –le pregunté, sujetándole. »–Nada, Pilar, nada. »–Sí, algo te pasa. »–La gente –exclamó él–; el modo que han tenido de abandonarme. La gente. »–Sí –le dije–, pero están conmigo, y yo soy tu mujer. »–Pilar, acuérdate de lo del tren. –Y después, añadió:– Que Dios te ayude, Pilar. »–¿Para qué hablas de Dios? –le pregunté–. ¿Qué manera de hablar es ésa? »–Sí –dijo él–; Dios y la Virgen. »–¡Qué va, Dios y la Virgen! ¿Es ésa manera de hablar? »–Tengo miedo de morir, Pilar. Tengo miedo de morir, ¿comprendes? »–Entonces, sal de esta cama –le ordené–; no hay sitio para mí, para ti y para tu miedo. Somos demasiados. »Entonces él se avergonzó, se quedó quieto y yo me dormí. Pero el hombre está hecho una ruina. Robert Jordan no dijo nada. —Toda mi vida he tenido esta tristeza en algunos momentos –dijo la mujer– ; pero no es como la tristeza de Pablo. No tiene nada que ver con mi resolución. —Lo creo. —Quizá sea como los períodos de la mujer –dijo ella–; quizá no sea nada. –Se quedó en silencio y luego añadió:– He puesto muchas ilusiones en la República. Creo mucho en la República y tengo fe en ella. Creo en ella como los que tienen fe en la religión creen en los misterios. —Lo creo. —¿Y tú, tienes esa fe? si! —¿En la República? —Sí. —Claro –contestó él, confiando en que fuese verdad. —Bueno –dijo la mujer–; ¿y no tienes miedo? —Miedo de morir, no –contestó él con entera sinceridad. —Pero ¿tienes miedo de otras cosas? —Solamente de no cumplir como debo con mi misión. —¿No tienes miedo a que te cojan, como el otro? —No –contestó él con sinceridad–; si tuviera miedo de eso estaría tan preocupado que no serviría para nada. —Eres muy frío. —No lo creo. —Digo que eres muy frío de la cabeza. —Es porque estoy muy preocupado de mi trabajo. —¿No te gusta la vida? —Sí, mucho; pero no quiero que perjudique a mi trabajo. —Te gusta beber; lo sé; lo he visto. —Sí, mucho; pero no me gusta que perjudique a mi trabajo. —¿Y las mujeres? —Me gustan mucho, aunque nunca les he dado gran importancia. —¿No te interesan?