POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 55

—¿En La Granja? Nadie. Nadie hablará seguramente esta noche. Anoche hablaban del discurso de Queipo de Llano por la radio. Y de nada más. Bueno, sí... Parece que la República prepara una ofensiva. —¿Una qué? —Que la República prepara una ofensiva. —¿Dónde? —No es seguro. Puede ser por aquí o por otra parte de la Sierra. ¿Ha oído usted algo de eso? —¿Dicen eso en La Granja? —Sí, hombre, lo había olvidado. Pero siempre hay mucha parla sobre las ofensivas. —¿De dónde proviene el rumor? —¿De dónde? Lo dice mucha gente. Los oficiales hablan en los cafés, tanto en Segovia como en Avila, y los camareros escuchan. Los rumores se extienden. Desde hace algún tiempo se habla de una ofensiva de la República por aquí. —¿De la República o de los fascistas? —De la República. Si fuera de los fascistas lo sabría todo el mundo. No, es una ofensiva importante. Algunos dicen que son dos. Una, aquí, y la otra, por el Alto del León, cerca de El Escorial. ¿Ha oído usted hablar de eso? —¿Qué más ha oído usted decir? —Nada, hombre. ¡Ah, sí!, se decía también que los republicanos intentarían hacer saltar los puentes si hay una ofensiva. Pero los puentes están bien custodiados. —¿Está usted bromeando? –preguntó Robert Jordan, bebiendo lentamente su café. —No, hombre –dijo Fernando. —Ese no bromea por nada del mundo –dijo la mujer–; es un mal ángel. —Entonces –dijo Robert Jordan–, gracias por sus noticias. ¿No sabe usted nada más? —No. Se habla, como siempre, de tropas que mandarían para limpiar estas montañas; se dice que ya están en camino y que han salido de Valladolid. Pero siempre se dice eso. No hay que hacer caso. —Y tú –rezongó la mujer de Pablo a éste, casi con malignidad– con tus palabras de seguridad. Pablo la miró meditabundo y se rascó la barba. —Y tú –insistió– con tus puentes. —¿Qué puentes? –preguntó Fernando, sin saber a qué se referían. —Idiota –le dijo la mujer–. Cabeza dura. Tonto. Toma un poco de café y trata de recordar otras noticias. —No te enfades, Pilar –dijo Fernando, sin perder la calma y el buen humor–; no hay que inquietarse por esos rumores. Te he contado a ti y a ese camarada todo lo que puedo recordar. —¿No recuerda usted nada más? –preguntó Robert Jordan. —No –contestó Fernando, con actitud de dignidad ofendida–. Y es una suerte que me haya acordado de eso, porque, como se trata de rumores, no hago mucho caso. —Luego es posible que haya habido algo más. —Sí, es posible; pero yo no he prestado atención. Desde hace un año no oigo más que rumores. Robert Jordan oyó una carcajada contenida. Era la muchacha, María, que estaba de pie, detrás de él. —Cuéntanos algo más, Fernando –dijo la muchacha, y empezó otra vez a estremecerse de risa. —Si me acordara, no lo contaría –dijo Fernando–; no es cosa de hombres andarse con cuentos y darles importancia.