POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 53
—Bien, y que sepa yo, cuando usted vuelva, todo lo que ha pasado por la
carretera. Hay una hoja para todo lo que va carretera arriba y otra para
lo que vaya carretera abajo.
Volvieron a la cueva.
—Envíeme a Rafael –dijo Robert Jordan, y esperó cerca de un árbol. Vio a
Anselmo entrar en la cueva y caer la manta tras de él. El gitano salió
indolentemente, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—¿Qué tal? –preguntó el gitano–. ¿Te has divertido esta noche?
—He dormido.
—Bueno –dijo el gitano, y sonrió haciendo un guiño–. ¿Tienes un
cigarrillo?
—Escucha –dijo Robert Jordan, palpando su bolsillo en busca de
cigarrillos–, quisiera que fueses con Anselmo hasta el lugar desde donde
vigilará la carretera. Le dejas allí, tomando nota del lugar, para que
puedas guiarme a mí o al que le releve más tarde. Después irás a observar
el aserradero y te fijarás si ha habido cambios en la guardia.
—¿Qué cambios?
—¿Cuántos hombres hay ahora por allí?
—Ocho, según las últimas noticias.
—Fíjate en cuántos hay ahora. Mira a qué intervalos se cambia la guardia
del puente.
—¿Intervalos?
—Cuántas horas está la guardia y a qué hora se hace el cambio.
—No tengo reloj.
—Toma el mío –y se lo soltó de la muñeca.
—¡Vaya un reloj! –dijo Rafael, admirado–. Mira qué complicaciones tiene.
Un reloj como éste debería saber leer y escribir solo. Mira qué enredo de
números. Es un reloj que deja tamañitos a todos los demás.
—No juegues con él –dijo Robert Jordan–. ¿Sabes leer la hora?
—¿Y cómo no? Ahora verás: a las doce del mediodía: hambre. A las doce de
la noche: sueño. A las seis de la mañana: hambre. A las seis de la tarde:
borrachera. Con un poco de suerte, al menos. A las diez de la noche...
—Basta –dijo Jordan–. No tienes ninguna necesidad de hacer el indio
ahora. Quiero que vigiles la guardia del puente grande y el puesto de la
carretera, más abajo, de la misma manera que el puesto y la guardia del
aserradero y del puente pequeño.
—Eso es mucho trabajo –dijo el gitano, sonriendo–. ¿No sería mejor que
enviaras a otro?
—No, Rafael, es importante que ese trabajo lo hagas tú. Tienes que
hacerlo con mucho cuidado y andar listo para que no te descubran.
—De eso ya tendré buen cuidado –dijo el gitano–. ¿Crees que hace falta
advertirme que me esconda bien? ¿Crees que tengo ganas de que me peguen
un tiro?
—Toma las cosas más en serio –dijo Robert Jordan–. Este es un trabajo
serio.
—¿Y eres tú quien me dice que tome las cosas en serio después de lo que
has hecho esta noche? Tenías que haber matado a un hombre y, en lugar de
eso, ¿qué has hecho? Tenías que haber matado a un hombre y no hacer uno.
Cuando estamos viendo llegar por el aire tantos aviones como para
matarnos a todos juntos, contando a nuestros abuelos por arriba y a
nuestros nietos, que no han nacido todavía, por abajo, e incluyendo
gatos, cabras y chinches, aviones que hacen un ruido como para cuajar la
leche en los pechos de tu madre, que oscurecen el cielo y que rugen como
leones, me pides que tome las cosas en serio. Ya las tomo demasiado en
serio.