POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 45

—Sí, y muy fría. —Afuera, entonces –dijo ella–; duerme afuera. Y tus cosas pueden dormir conmigo. —Está bien –contestó Jordan. —Déjanos un momento –dijo Jordan a la muchacha. Y le puso una mano en el hombro. —¿Por qué? —Quiero hablar con Pilar. —–¿Tengo que marcharme? —Sí. —¿De qué se trata? –preguntó la mujer de Pablo cuando la muchacha se hubo alejado hacia la entrada de la cueva donde se quedó de pie, junto al pellejo de vino, mirando a los hombres que jugaban a las cartas. —El gitano dijo que yo debería... –empezó a decir Jordan. —No –le dijo la mujer–; está equivocado. —Si fuera necesario que yo... –insinuó Jordan de manera tranquila, aunque premiosa. —Eres muy capaz de hacerlo –dijo la mujer–. Lo creo. Pero no es necesario. He estado observándote. Tu comportamiento ha sido acertado. —Pero si fuese necesario... —No –insistió ella–. Ya te lo diré cuando sea necesario. El gitano tiene la cabeza a pájaros. —Un hombre que se siente débil puede ser un gran peligro. —No. No entiendes nada de esto. Ese está ya más allá del peligro. —No lo entiendo. —Eres muy joven todavía –afirmó ella–. Ya lo entenderás. –Luego llamó a la muchacha.– Ven, María. Ya hemos acabado de hablar. La chica se acercó y Jordan extendió la mano y se la pasó por la cabeza. Ella se restregó bajo su mano como un gatito. Hubo un momento en que él creyó que incluso iba a llorar. Pero los labios de María volvieron a recuperar su gesto habitual, le miró a los ojos y sonrió. —Harías bien yéndote a la cama –dijo la mujer a Robert Jordan–. Has trabajado demasiado. —Bueno –dijo Jordan–; voy a buscar mis cosas.