POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 186
Como de aquí a esa roca. Si hay un oficial entre ellos;; dispárale
primero. Después, mueve la máquina para apuntar a los demás. Muévela
suavemente. No hace falta mucho movimiento. Le enseñaré a Fernando a
mantenerla quieta. Tienes que sujetar bien el cañón, de modo que no
rebote, y apuntar cuidadosamente. No dispares más de seis tiros de una
vez, si puedes evitarlo. Porque al disparar, el cañón salta hacia arriba.
Apunta cada vez a un hombre y en seguida apunta a otro. Para un hombre a
caballo, apunta al vientre.
—Sí.
—Alguien debiera sostener el trípode, para que la máquina no salte. Así.
Y debiera cargarla.
—¿Y tú dónde estarás?
—Aquí a la izquierda, un poco más arriba, desde donde pueda ver lo que
pasa y cubrir tu izquierda con esta pequeña máquina. Si vienen, es
posible que tengamos una matanza. Pero no tienes que disparar hasta que
no estén muy cerca.
—Creo que podríamos darles para el pelo. ¡Menuda matanza!
—Aunque espero que no vengan.
—Si no fuera por tu puente, podríamos hacer aquí una buena y después
huir.
—No nos valdría de nada. El puente forma parte de un plan para ganar la
guerra. Lo otro no sería más que un sencillo incidente. Nada.
—¡Qué va a ser un incidente! Cada fascista que muere es un fascista
menos.
—Sí, pero con esto del puente, puede que tomemos Segóvia, la capital de
la provincia. Piensa en ello. Sería la primera vez que tomásemos una
ciudad.
—¿Lo crees en serio? ¿Crees que podríamos tomar Segovia?
—Sí; haciendo volar el puente como es debido, es posible.
—Me gustaría que hiciéramos la matanza aquí y también lo del puente.
—Tienes tú mucho apetito –dijo Robert Jordan.
Durante todo ese tiempo estuvo observando a los cuervos. Se dio cuenta de
que uno de ellos estaba vigilando algo.
El pajarraco graznó y se fue volando.
Pero el otro permaneció tranquilamente en el árbol.
Robert Jordan miró hacia arriba, hacia el puesto de Primitivo, en lo alto
de las rocas. Le vio vigilando todo el terreno alrededor, aunque sin
hacer ninguna señal. Jordan se echó hacia delante y corrió el cerrojo del
fusil automático, se aseguró de que el cargador estaba bien en su sitio y
volvió a cerrarlo. El cuervo seguía en el árbol. Su compañero describió
un vasto círculo sobre la nieve y vino a posarse en el mismo árbol. Al
calor del sol, y con el viento tibio que soplaba, la nieve depositada en
las ramas de los pinos iba cayendo suavemente al suelo.
—Te tengo reservada una matanza para mañana por la mañana –anunció Robert
Jordan–. Será necesario exterminar el puesto del aserradero.
—Estoy dispuesto –dijo Agustín–; estoy listo.
—Y también la casilla del peón caminero, más abajo del puente.
—Estoy dispuesto –repitió Agustín– para una cosa o para la otra. O para
las dos.
—Para las dos, no; tendrán que hacerse al mismo tiempo –replicó Jordan.
—Entonces para una o para la otra –dijo Agustín–. Llevo mucho tiempo
deseando que tengamos ocasión de entrar en esta guerra. Pablo nos ha
estado pudriendo aquí sin hacer nada.
Anselmo llegó con el hacha.
—¿Quiere usted más ramas? –preguntó–. A mí me parece que está bien
oculto.