POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS Hemingway,Por quien doblan las campanas (1) | Page 167
C APÍTULO DIECINUEVE
—¿Qué haces ahí sentado? –le preguntó María. Estaba de pie, junto a él, y
Jordan volvió la cabeza y le sonrió.
—Nada –dijo–; estaba pensando.
—¿En qué? ¿En el puente?
—No. Lo del puente está concluido. Estaba pensando en ti, en un hotel de
Madrid donde hay rusos, que son amigos míos, y en un libro que algún día
escribiré.
—¿Hay muchos rusos en Madrid?
—No, muy pocos.
—Pero en los periódicos fascistas se dice que hay cientos de miles.
—Es mentira. Hay muy pocos.
—¿Te gustan los rusos? El que estuvo aquí era un ruso.
—¿Te gustó a ti?
—Sí. Estaba enferma aquel día; pero me pareció muy guapo y muy valiente.
—Muy guapo. ¡Qué tontería! –dijo Pilar–. Tenía la nariz aplastada como la
palma de mi mano y la cara como el culo de una oveja.
—Era un buen amigo mío y un camarada –dijo Robert Jordan a María–. Yo le
quería mucho.
—Claro –dijo Pilar–; por eso le mataste.
Al oír estas palabras, los que estaban jugando a las cartas levantaron la
cabeza y Pablo miró a Robert Jordan fijamente. Nadie dijo nada, pero al
cabo de un momento Rafael el gitano, preguntó:
—¿Es eso verdad, Roberto?
—Sí –dijo Robert Jordan. Lamentaba que Pilar lo hubiese dicho y hubiera
deseado no haberlo contado en el campamento del Sordo–. Lo hice a
petición suya: estaba gravemente herido.
—¡Qué cosa más rara! –dijo el gitano–. Todo el tiempo que estuvo con
nosotros se lo pasó hablando de esa posibilidad. No sé cuántas veces le
prometí que le mataría yo. ¡Qué cosa más rara! –insistió, moviendo la
cabeza.
—Era un hombre muy raro –dijo Primitivo–. Muy particular.
—Escucha –dijo Andrés, uno de los dos hermanos–, tú que eres profesor y
todo eso, ¿crees que un hombre puede saber lo que va a ocurrirle?
—Estoy seguro de que no puede saberlo –dijo Robert Jordan. Pablo le
contemplaba con curiosidad y Pilar le miraba sin que en su rostro se
reflejase ninguna expresión–. En el caso de ese camarada ruso lo que
sucedió fue que se había puesto muy nervioso a fuerza de estar demasiado
tiempo en el frente. Se había batido en Irún, donde, como sabéis, la cosa
estuvo muy fea. Muy fea. Se batió luego en el Norte. Y cuando los
primeros grupos que trabajan detrás de las líneas se formaron, trabajó
aquí, en Extremadura y en Andalucía. Creo que estaba muy cansado y
nervioso y se imaginaba cosas raras.
—Debió de ver seguramente cosas muy feas –dijo Fernando.
—Como todo el mundo –dijo Andrés–. Pero óyeme, inglés: ¿crees que puede
haber algo como eso, un hombre que sabe de antemano lo que va a
sucederle?
—Pues claro que no –fue la respuesta de Robert Jordan–; eso no es más que
ignorancia y superstición.
—Continúa –dijo Pilar–. Escuchemos lo que va a decirnos el profesor. –Le
hablaba como se habla a un niño listo.
—Creo que el miedo produce visiones de horror –dijo Robert Jordan–.
Viendo señales de mal agüero...