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3. De esta manera, el determinismo económico ofrece una explicación reducida de la aparición del populismo latinoamericano. Más aún si tomamos en cuenta que la crisis financiera de 1929 –que cerró la puerta a las exportaciones– fue remontada algunos pocos años después y no tenía, en absoluto, un carácter definitivo. Por ello resulta exagerado suponer que solo el colapso económico orientó la política de sustitución de importaciones que abrió las puertas al ejercicio populista del poder; también la presencia de una masa crítica de trabajadores y clases medias contribuyó al surgimiento del populismo.

4. Aunque usualmente poco tomado en cuenta, es necesario señalar los orígenes sociales de los primeros populistas latinoamericanos. Billinghurst, Batlle Ordóñez, Irigoyen y Alessandri provenían de las clases medias y acomodadas de sus respectivas sociedades. Por esta razón es una falacia hacer aparecer como sinónimos populismo e izquierda (en tanto expresión política de las clases populares). En sentido estricto, el populismo nació en las alturas de la estructura social, no en sus bases. Incluso se puede observar que fueron los regímenes dictatoriales o autoritarios los que más apelaron a formas de hacer política populista. (Por ello, autores como Carmagnani llegan a afirmar que el populismo no fue más que un invento de las élites oligárquicas para mantener su dominio, aun cuando bajo otros formatos políticos). Esto refuta las afirmaciones de recientes intelectuales neoliberales que establecen una sinonimia entre izquierda y populismo con la lógica siguiente: si en nuestros países ha prevalecido el populismo, por consiguiente es la izquierda la que ha gobernado en América Latina; y si ha fracasado el populismo, ha sido derrotada entonces la izquierda. El populismo –ya sabemos– no tiene un solo color, es diverso: hay de izquierda, de derecha, democrático, autoritario, etc.

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