Personajes legendarios del género de terror | Page 36
4.3. HISTORIA
el alma erraría por toda la eternidad en la ribera de la
Estigia, y era preciso poner una moneda en la boca para pagar al barquero o el alma no tendría descanso. Por
eso aterraba a los romanos navegar por el mar, ya que los
náufragos no recibirían honras funerarias, y los marineros
solían tener un pendiente de oro para pagar su funeral en
caso de que su cuerpo ahogado arribara a la playa. A los
suicidas romanos se los enterraba con la mano cortada y
separada del cuerpo, con el fin de desarmar a su espíritu,
que hipotéticamente atormentaría a los vivos. Los fantasmas buenos para los romanos eran los manes o espíritus
de los antepasados; los malvados eran las larvae, almas
de hombres malvados que vagan errantes por las noche
y atormentan a los vivos. Plutarco, en el siglo I, describe
unos baños encantados en su Queronea natal donde aparecía el fantasma de un hombre asesinado. Otro celebrado
fantasma fue descrito en una de las epístolas del historiador romano Plinio el Joven (VII, 27, 5-11), quien describe
una casa encantada en Atenas donde aparecía un espectro que arrastraba cadenas; los sucesos cesaron cuando el
filósofo Atenodoro alquiló la casa y fue guiado por el fantasma hasta un esqueleto enterrado y fue vuelto a sepultar
con las debidas ceremonias. El texto está dirigido a un tal
Licinio Sura:
La falta de ocupaciones a mí me brinda la oportunidad de aprender y a ti la de enseñarme.
De esta forma, me gustaría muchísimo saber si
crees que los fantasmas existen y tienen forma
propia, así como algún tipo de voluntad, o, al
contrario, son sombras vacías e irreales que toman imagen por efecto de nuestro propio miedo...[2]
Otros escritores, como el romano Plauto (en su comedia
Mostellaria) o el sirio Luciano de Samosata (en su relato Cuentistas o El descreído) también escribieron sobre
fantasmas, aunque el precedente que más cabe citar es la
compilación Sobre los hechos maravillosos de Flegón, liberto del emperador Adriano, origen de la leyenda de la
esposa cadáver que reaparece en Proclo y sirvió de inspiración a Goethe para su Novia de Corinto y a Washington
Irving para El estudiante alemán. En el siglo XVI, el tratado más influyente y difundido sobre los fantasmas fue
el racionalista del protestante Ludwig Lavater De spectris, lemuribus et magnis atque insolitis fragoribus (Leiden,
1569) en tres libros, que se sumó a la lucha de Jean Wier
contra la creencia en brujas, encantamientos y otras supersticiones. El exegeta benedictino Dom Calmet reseñó
en el siglo XVIII en su Traité sur les apparitions (1746)
la lista de narraciones de casas encantadas desde la antigüedad grecolatina a su época.
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sería distinto al de la religión en general.
En las civilizaciones orientales (como la china e india),
muchos creen en la reencarnación o transmigración de
las almas. Agregada a esta visión y dentro del Budismo,
los fantasmas son almas que rehúsan ser recicladas en
el curso del Samsara (ciclo de la reencarnación), porque
han dejado alguna tarea por terminar. Los metafísicos y
exorcistas de diversas religiones pueden ayudar al fantasma a reencarnarse o hacerlo desaparecer orientándolos o
mandándolos a otra dimensión de existencia. En la creencia china e india, además de reencarnar, un fantasma puede también optar a la inmortalidad transformándose en
semidiós y puede a través de su elevación espiritual trascender diversos planos o servir a los seres humanos, o
bien puede bajar al infierno y sufrir ciclos karmáticos. En
Japón, la religión shintoísta reconoce la existencia de espíritus de todo tipo y acepta la creencia en fantasmas como parte de la vida cotidiana. En la cultura malaya son
prácticamente innumerables las leyendas y clases de fantasmas.
En Occidente la creencia en fantasmas se fue difuminando desde la creencia irracional en ellos de la Edad Media
al escepticismo de la Ilustración en el siglo XVIII, cuando
el padre Feijoo, embutido en una lucha sin cuartel contra las supersticiones, llegó a decir que “no hay fantasma
ni espectro que no desaparezca al conjuro de una buena
tranca”. En ese mismo siglo, el doctor Samuel Johnson
llegó a la conclusión de que el fantasma de Cock Lane en
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