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E special Humanidades
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Edición Nº 15 / Abril 2019
Humanidades y form
una relación virtuosa
de profesionales integr
S
egún la Real Academia de la
Lengua Española, el concepto
“Humanidades”, refiere a un
“conjunto de disciplinas que giran en torno
al ser humano, como la literatura, la filosofía
o la historia”. Sin embargo, su raíz
etimológica –del latín humanitas– o
Humanidad, supone que este conjunto
de ciencias permite, desde sus
diversas especialidades, conocer el
origen evolutivo, la estructura del
ser humano, su funcionamiento,
sus características hereditarias y
su conducta, como individuos y
como sociedad.
Su importancia, entonces, es
fundamental en la formación
universitaria, sea cual sea la
disciplina, pues todas –sin excepción–
en su desempeño profesional
necesariamente relacionan personas
con personas. Es por eso que el
conocimiento técnico será muy
importante para un desempeño
óptimo según las necesidades
laborales; sin embargo, la riqueza
espiritual, el goce por lo estético, la
capacidad de analizar y reflexionar
y el interés por el bien común no
pueden correr por la vereda contraria
a la formación profesional.
Bajo esa premisa, la enseñanza
de las Humanidades ha estado
presente desde los orígenes de lo que
conocemos como Academia. Como
explica Alejandro San Francisco,
Dr. en Historia y director del
Instituto de Historia, “desde el
mundo clásico, la Paideia griega y
la Humanitas romana fueron bases
culturales para lo que después sería
Occidente. En este sentido, hay una
plena coherencia entre la visión de
Sócrates, quien procuraba enseñar
a los hombres "la suprema importancia
de la vida moral", y Jesús de Nazaret,
quien llamaba a hacer el bien y a
dar la vida por los amigos, dando
ambos testimonios con sus palabras
y su vida personal”.
“El cristianismo tuvo la sabiduría
de integrar la cultura clásica con la
visión religiosa de la fe católica, para
dar vida posteriormente al mundo
donde nacieron las universidades,
donde se buscaba la verdad, sin las
complejidades administrativas del
Junto al conocimiento técnico, cultivar la riqueza espiritual, el goce por
lo estético, la capacidad de analizar y reflexionar y el interés por el bien
común es imprescindible para contribuir al bienestar de las personas y
las comunidades. En la Universidad San Sebastián el fomento de estas
capacidades es un pilar fundamental de su Proyecto Educativo.
mundo actual”, agrega.
Sin embargo, San Francisco
reflexiona que “en nuestra sociedad
pasa una cuestión curiosa con las
Humanidades: todos reconocen su
valor, su importancia histórica, su
contribución a que las personas
piensen mejor, pero paralelamente
se ha producido una decadencia
práctica de éstas frente al vertiginoso
avance de las tecnologías. Por otra
parte, la literatura o la filosofía no
logran “competir” con carreras más
“lucrativas”, en términos de interés de
los buenos estudiantes de Enseñanza
Media o de inversión o donaciones
de empresas e incluso del mismo
Estado”.
¿Crisis de la cultura?
Ante este escenario, el Dr. Alejandro
Serani, filósofo, neurólogo e
investigador del Instituto de Filosofía,
plantea que tecnificar la educación
y entenderla como un producto
que demanda el mercado acarrea
como principal costo la que él
denomina ‘crisis de la cultura’, “como
si la educación fuese algo que
se planifica, se produce, califica,
garantiza y certifica. La verdadera
educación no se concibe al margen de
la formación integral de las personas
y de su impredecible libertad”.
El experto añade que “si la cultura
no se reconoce en su cultura, ella
no vive y no se regenera, se produce
inevitablemente una crisis de
identidad y de vitalidad cultural.
A ese renacimiento, consolidación
y renovación de lo mejor de la vida
personal y comunitaria le llamamos
Educación. Pero frente a la exigencia
multitudinaria hemos optado por
tecnificarla como si se tratase de
un producto industrial”.
“Para superar la desorientación
debemos ser capaces de reconocer qué
hemos sido como cultura y aspirar a
lo mejor, con espíritu de elevación.
Conocer, valorizar y proyectar
esa riqueza de humanidad y de
trascendencia contenida en nuestra
tradición cultural permite mirar el
presente y el futuro cara a cara con
ánimo de superación, sin temores
paralizantes ni aspiraciones postizas
que nos vienen sobreimpuestas desde
la ideología, la calle o el mercado”,
puntualiza.
Así las cosas, la formación
universitaria y las instituciones de
Educación Superior parecieran tener
algunas tareas pendientes en cuanto
al fomento de las Humanidades. El
Dr. San Francisco cree que “llegamos
al siglo XXI con una realidad
evidente: las cosas útiles son mucho
más estimadas que aquellas que son
profundas e históricamente valiosas.
Es necesario explicar nuevamente
la relevancia de las Humanidades y
asociarla a los objetivos que persigue
una educación de calidad. Algunos
objetivos centrales de la enseñanza
debieran ser que los estudiantes
piensen mejor, que escriban bien y
se expresen oralmente de manera
adecuada”.
“Tenemos que ser capaces de hacer
nacer en el alma del estudiante
la inquietud por formarse como
persona, en el espesor mismo de
su vida de ciudadano y de futuro
profesional. Para ello es necesario
estudiar, aprender, instruirse,
capacitarse, ciertamente, pero en
orden al bien de la persona y de
su comunidad”, complementa el
Dr. Serani.
Principios y acciones
La formación profesional y la
formación personal no van por carriles
separados, son dos dimensiones de una
misma formación, sentencia Serani.
“Como decía Henry Newman, si de la
universidad egresan profesionales que
no se han formado como personas,
entonces la universidad entrega a
la sociedad “gente peligrosa”. Mientras
no recuperemos la conciencia vital
de la centralidad y de la dignidad
de la persona, el resto de las cosas
no cuajan, porque no tienen asidero
para vitalizarse”, señala.
“El otro principio tiene que ver
con lo ético, tratar a las personas
como personas. Con esos dos pilares
claros se puede avanzar en el desafío
de la formación de profesionales,
ciudadanos y, por sobretodo, personas
de bien”, sostiene el académico,
quien cree que el estudiante debe
poder llegar a descubrir lo que es
verdaderamente saber bien algo, y
fascinarse por ello. Por lo tanto, “es
una tarea exigente y difícil para el
docente y para el alumno. Deben
poder darse la libertad de estudiar por
el placer de estudiar, sin intención
pragmática, sin estar pensando antes
de tiempo si esto le va a servir para
progresar en la vida social o para ser
buen profesional. Ello vendrá por
añadidura en la medida que sea capaz
de descubrir que en el conocimiento
mismo hay una verdad, un bien, una
unidad y una belleza. Eso es lo que
debe distinguir a una persona que
ha pasado por la universidad. El
amor por el saber ha sido siempre la