NOTA CENTRAL
¿Cuántos problemas se resolvieron en
torno a un café y una tostada? ¿Cuántas
conspiraciones políticas y no tan santas
se armaron en ese sitio tan emblemático
de nuestra ciudad?
¿Cuántos poemas, versos, cuentos,
novelas, ensayos, discursos no se crearon
en torno a sus mesas?
P óngale un tinto
Algunos entendidos afirman que
el café se introduce en Europa por los
comerciantes venecianos a inicios del
XVII, pero el primer coffe-house lon-
dinense o salón aristocrático de París
datan de entre 1650 y 1660, me informa
Antoni Martí Monterde. Es más, sostie-
ne: «Los cafés son burgueses, abiertos a
una nueva ciudadanía emergente que se
sabe a contrapié del poder, que todavía
no se ve a sí misma como un contrapo-
der, pero que ya ejerce la crítica del po-
der y comienza a pensar seriamente en
detentarlo, cosa que acentúa el carácter
subversivo del café… Finalmente, nues-
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PA N A M Á
tro café santanero se transformó en 1906
en Café Coca-Cola.
Esto se debió a dos estadounidenses
del equipo de la Panama Canal Cons-
truction, A. C. King y W. E. Black, quie-
nes se dirigieron al empresario Asa G.
Candler, quien ya vendía fuentes de soda
en la década de 1890, en Cuba, México y
Panamá, y más aún desde el inicio de la
construcción del Canal en 1904, migran-
do a nuestras costas miles de civiles y
militares estadounidenses. Eso conven-
ció al empresario de otorgarles permiso
para importar, distribuir y vender Coca
Cola a estos dos empleados de la PCC.
A partir de 1906, distribuían en barri-
les de madera, sujetos a vagones, opera-
dos manualmente, que circulaban como
Pedro por su casa en las distintas zonas
de construcción canalera, entre los tra-
bajadores blancos, negros, chinos, acei-
tunados, árabes, venezolanos, europeos,
colombianos y panameños, es decir, todo
el mundo.
Luego, Candler otorgó otro permiso
igual para Cuba, siendo los dos prime-
ros países latinoamericanos bebedores
oficiales de las aguas negras del imperia-
lismo yanqui.
Finalmente, hacia 1912, dicen los
historiadores cocacolizados, se dio la
concesión formal para embotellar en el
istmo. El asunto tomó más forma y el po-
pular café santanero entró a la moderni-
dad burguesa o, valga la redundancia, a
su muerte.
Luego se inventaron los bares, proli-
feraron más cantinas, con el paso de las
canas, los clubs, los pubs, y ya no hay na-
die que frene el beber con ganas y dialo-
gar en voz alta, como ladrándose.
Muchos políticos invadieron ese es-
pacio histórico, casi nadie recuerda dón-
de se sentó allí nuestro Demetrio Korsi,
o Nicolás Guillén, o hasta Pablo Neruda,
para mencionar solo a los tolerados en un
medio donde, con solo entrar, ya eres el
centro de todos.