Tenemos Su Sagrado Corazón como un Libro que nos dejó en su diario
Santa Margarita María de Alacoque.
“¡Ojalá pudiera contar todo lo que sé de esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y descubrir a toda la tierra los tesoros de gracias que Jesucristo encierra en su Corazón adorable, y que quiere derramar con abundancia sobre todos los que la practiquen!”.
Santa Margaríta María, una religiosa visitandina que recibió de Jesús la misión de ser Apóstol de Su Sagrado Corazón. El corazón en el lenguaje común, como en el de la Biblia, es una palabra llena de contenido y referencias al amor.
Del corazón humano proceden los principales actos de inteligencia, de voluntad, los pensamientos, deseos y sentimientos. Además, fisiológicamente hablando, es el lugar donde se renueva la sangre cargada de toxina se limpia y distribuye lo que da vida al cuerpo y la mente; los componentes químicos que alimentan las células. Además, el corazón está en el centro mismo del cuerpo físico del hombre, donde gobierna los movimientos y da ritmo a nuestras actividades y afectividades. Pues es el santuario donde el hombre se encuentra con Dios íntimamente. San Fco. de Sales lo denomina "la sede y fuente del amor", pues es donde reside nuestra capacidad de amar.
Desde estas breves páginas vamos a intentar hablar sobre ese misterio; la capacidad de amar. Y, para ello, tomamos referencia de sus principales apóstoles; san Claude La Colombière y santa Margarita María de Alacoque.
San Basilio (c 330-379), homilía del monje y obispo de Cesarea en Capadocia, doctor de la Iglesia:
Grandes Reglas monásticas, § 2
"Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y construyó una casa para el celador. La alquiló después a unos trabajadores y se marchó al extranjero."
Entonces....: "Todavía le faltaba enviar a alguien: a su Hijo muy amado". Ya que el Evangelio narra que "Dios creó al hombre a su imagen y semejanza" (Gn 1,26), y lo honró con el conocimiento de sí mismo, es decir; lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos; le otorgó poder para gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le acompañó. Le dio primero la Ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien...
La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro Bienhechor. Por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más reclama nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (Ef. 2,6-7). Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron (Is 53,4-5); además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito (Ga 3,13), y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa.
Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? (Sal. 115, 12) Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado.
Todo viene por la gracia de Dios, quien nos dió a Su Hijo, como prueba de Su Amor.
To
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Para amar hay que conocer, luego entender, después ser pacientes, al final aceptar.
1. Hay que conocer