Pandora. Revista escolar PANDORA 36 DIGITAL | Page 27

pende de su capacidad racional. La base de la teoría de la feminidad de Freud se basa en la degradación de la mujer. Las carencias de Freud residen en que no fue capaz de abstraerse de su marco cultural, en el que las mujeres no tenían apenas derechos o libertades, frente a los hombres que gozaban de todas ellas. En esta situación, Freud -en la reducción a lo sexual que caracteriza su análisis de la psique- asume que la mu- jer envidia al hombre por su pene. Crea una imagen de la naturaleza femenina en base a la imagen de una cultura. Sin embargo, psicoanalistas y antropólogos actuales afirman que la fuerza motora de los humanos no reside en la sexualidad, sino en llegar a términos satisfactorios con el entorno mediante el desarrollo individual y colectivo. Así, las mujeres de la época victoriana querrían verse como los hombres con tal de poder desarrollarse sin impedimentos, no por la ‘envidia del pene’. A pesar de las fallas en la teoría de Freud sus principios se siguen usando como base, lo que provoca que las teorías actuales sigan partiendo de tesis ya refutadas por la ciencia, pero aceptadas en calidad de verdad común y casi religiosa. Así, se llega a estudiar la feminidad por el sexo femenino y se con- funde lo primero con lo segundo. La educación, lejos de convertirse en una vía de emancipación responde a la mística; no se educa a las mujeres para acceder a sus capacidades plenas y par- ticipar en la sociedad, se las mantiene en un estado de infantilización del crecimiento para que no se de- sarrollen intelectualmente y asuman el rol femenino. Con tal de conservar la feminidad, han de renunciar a su desarrollo personal. Se gesta así una responsabi- lidad: las mujeres son amas de casa y, como mujeres, han de querer serlo por encima de cualquier otro fin. Esto se refleja en la mujeres y sus estudios: más de la mitad de las jóvenes no continúa estudiando al ter- minar el instituto y las que sí continúan o bien aban- donan antes de terminar la universidad o bien se gra- dúan para no ejercer, siendo un pequeño porcentaje las que se adentra en el mercado laboral. Casi todas las mujeres deciden ser amas de casa a pesar de las posibi- lidades de entrar en el mundo laboral. La mística hace crecer a las mujeres buscando la feminidad que juzga indispensable y consigue que la mujer del siglo XX, capaz de vivir en el mundo, decida renunciar a él para regresar al hogar y confinarse en el ámbito privado. Es en este ámbito privado cuando surge ‘el ma- lestar que no tiene nombre’ que no es otro que la crisis de identidad que la mística produce en las mujeres. En su posición de ama de casa tiene que ocuparse de su marido, sus hijos y las labores domésticas; nada de esto la satisface, siente que carece de vida propia. Ha renunciado a tanto por adaptarse a lo que cree su pa- pel que no es capaz de reconocerse a sí misma, no ha desarrollado un núcleo de identidad. No se concibe como Sujeto, sólo es capaz de concebirse en función a otros y busca desesperadamente la realización que no encuentra en sus tareas a través de lo que la mística le ha enseñado: su marido e hijos. Esta desesperación por encontrar la satisfacción a través de otros deriva en relaciones patológicas con los hijos y una actividad sexual despersonalizada y compulsiva con el marido. No son necesarios médicos, psiquiatras, ansiolí- ticos, una casa más grande, mejores electrodomésti- cos, más niños, menos formación académica ni unas vacaciones para acabar con el ‘malestar que no tiene nombre’. La solución está en deshacerse de la mística de la feminidad. En dejar de ser amas de casa, muje- res y madres para convertirse en seres humanos. Se necesita un nuevo plan de vida para las mujeres; un plan en el que crecer como individuos capaces, que desmitifique todo aquello que mediante la mística ha sido ascendido a dogma. No es sencillo, se necesita un gran compromiso para despedazar la imagen de la mujer como ser pasivo e incompleto, para abandonar la seguridad de su posición, para enfrentarse activa- mente a los convencionalismos que se han disfrazado de principios antropológicos, a la sensación de ver- güenza, culpabilidad y pérdida que supone desemba- razarse de lo aprendido. En definitiva, la solución está la educación. En una educación equitativa que enseñe a las mujeres a crecer a nivel de capacidad plena, a realizarse intelectualmente, no con miras a servir para una apreciación pasiva, sino con el objetivo de usarla de manera activa y eficaz en la sociedad. Elena Rodríguez 1º Bach Pandora 25