más apremiante. Así pues, los trabajos de Sir Chales Barry em-
pezarían en 1845 y transformarían la propiedad en esa mezcla
ecléctica franco-escocesa.
Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el lugar fue
empleado como un hospital naval auxiliar. Un año después del
comienzo del conflicto armado, un incendio azotó el inmueble y
sus inmediaciones. El encargado de llevar a cabo las reparacio-
nes tras la conflagración del escocés Sir Robert Lominer y se
postergaron hasta 1921.
Tras la muerte del quinto duque en 1963, el ducado y el con-
dado fueron separados definitivamente. El primero pasaría de ge-
neración en generación a través de la línea masculina y el
segundo lo heredó la actual condesa de Sutherland.
El Castillo de Dunrobin es el hogar el Clan Sutherland. Su
nombre viene dado por la conjunción de las palabras ‘’South
Land’’ (tierra del sur), puesto que fue colonizada por invasores
nórdicos procedentes de Escandinavia y Orkney. Se dice que sus
gentes son descendientes directos de las tribus celtas que se se-
pararon de estos vikingos y que los jefes están directamente re-
lacionados con el Hugh, el nieto de Freskin de Moravia.
Finalmente, hay que destacar que su lema es ‘’Sans Peur’’, que
se traduce como ‘’sin miedo’’.
Si todavía no estáis convencidos de que Dunrobin se merece
estar en la lista de los must de la hora de visitar las Tierras Altas,
todavía tenemos un par de ases en la manga. El primero de ellos
son los jardines creados por Sir Charles Barry, cuya inspiración
se encuentra en Francia, en particular, en Versalles. ¿Quién po-
dría no sentirse como un Fraser por esos lares? Finalmente, el
lugar cuenta con un museo al que se puede acceder (previo pago
de una entrada) y una biblioteca que es el sueño de cualquier
lector. ¿Quién se apunta?
EL FANTASMA DE DUNROBIN
Escocia no sería Escocia si detrás de su historia no existiera una leyenda relacionada con seres mitológicos o
fantásticos. Dunrobin no es la excepción a esta regla. Se dice que, por las tierras del condado, deambula Margaret,
la hija de decimocuarto conde. De acuerdo con lo que se cuenta, la joven se enamoró de alguien que su familia, en
especial su padre, no creía que fuera un buen partido para ella. Para evitar las nupcias, fue encerrada en el ático
hasta encontrarle un matrimonio provechoso.
Al más puro estilo shakesperiano, la doncella ayudaría a la joven a intentar escapar. Sin embargo, en el momento
en el que su amado la esperaba al pie del balcón, su padre entró encolerizado en la estancia y, mientras ella intentaba
deslizarse por el balcón, sus nervios la traicionaron y su vida acabó mermada tan pronto como sus sueños.
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