Outlander Magazine Número 7 (marzo 2018) | Page 50

Solo quería escribir una novela... Diana Gabaldon

UNA SECCIÓN DE MARIDULEYDYS PRADO
« Solo quería aprender a escribir una novela, y había llegado a la conclusión de que la única manera de hacerlo era escribiendo una ». Eso pensaba Diana Gabaldon, autora de la popular saga de novelas románticas e históricas“ Outlander”, cuando aún no tenía ni la menor idea de que su peculiar historia de amor, aventuras y viajes en el tiempo iban a ser tan conocidas en el mundo; ni mucho menos podría llegarse a imaginar que todas sus ideas serían llevadas a una serie de televisión, donde cobrarían vida los personajes que durante mucho tiempo solo existían en su cabeza y posteriormente en sus manuscritos.
Diana Gabaldon nació el 11 de enero de 1952 en Arizona, es de descendencia mexicana por parte de su padre, e inglesa por parte de su madre. Diana pasaría su infancia en Flagstaff, en el condado de Coconino, porque su padre fue senador de la Cámara Alta de la Legislatura del Estado de Arizona. Con el paso del tiempo, Diana creció y, entonces, se licenció en Biología Marina y posteriormente se sacó un doctorado en Zoología.
Entonces, ¿ cómo llegó a convertirse en la escritora de bestseller que hoy conocemos? ¿ Por qué se decantó por escribir sobre Escocia y viajes en el tiempo?
Todo apunta a que gracias a que Diana tuviese un trabajo como profesora asistente a tiempo completo en el Centro para Estudios Ambientales de la Universidad del Estado de Arizona, tuvo acceso a una amplía biblioteca donde descubrió su afición por la literatura. Tras varios años escribiendo artículos ligados a su profesión y cuentos humorísticos para Disney, comenzó a publicar en internet“ Outlander”, también conocida para los hispanohablantes como Forastera. No obstante, la cosa no fue:“ venga, escribo y de la noche a la mañana seré la famosa autora de un bestseller”, porque muchas veces cuando nos planteamos escribir una novela, un ensayo, un relato o simplemente cuando plasmamos unas pocas palabras sobre un pedazo de papel, no lo hacemos con la intención de que alguien nos lea, ni mucho menos nos planteamos la remota posibilidad de publicar esa historia tan nuestra, que salió de lo más profundo de nuestra alma, de nuestro corazón, de nuestra imaginación, porque mientras nos volcábamos sobre el teclado o hacíamos tachones con un boli con apenas tinta, lo único que deambulaba dentro de nuestra cabeza era no perder ni un solo detalle de ese lugar que solo vemos en algún rincón remoto de nuestra mente, ni la esencia de cuanto sentimos u olemos mientras recorremos esos angostos pensamientos que cobran vida ante nuestros ojos como una pantalla transparente o un holograma solo perceptibles para el creador, el escritor o simplemente el soñador.
Cuando Diana decidió que se dedicaría a escribir o que al menos lo intentaría, tuvo en cuenta una serie de pautas a las que podríamos denominar las leyes de Diana:
- No le diría a nadie qué era lo que estaba haciendo, porque no deseaba que los demás opinaran respecto a su idea de escribir antes de siquiera ella saber si se le daba bien. Primero quiso darse la oportunidad antes de que la gente de su entorno empezara a presionarla con el típico ¿ cuándo piensas terminar el libro?, porque ella no sabía si sería capaz de hacerlo o de darle un final a ese montón de ideas que brotaban en su cabeza.
- No obstante, se propuso terminar el libro sin importar si la historia era terriblemente mala, porque, en realidad, lo que ella quería era aprender la labor de ser escritora con todos los pros y contras que esto conlleva, por lo que debía esforzarse al máximo y someterse a una disciplina diaria y un compromiso mental.
- No porque considerase que su novela fuese mala no se esforzaría por sacar lo mejor de ella. Debía pulir, corregir y mejorar su borrador cada día hasta llegar a la meta final, daba igual si solo era un libro de práctica que nadie leería jamás, porque este debía quedar lo mejor posible o, de lo contrario, ¿ cómo sabría si era buena escribiendo o no?
Lo curioso de todo es que ese libro de práctica era“ Outlander”. Todo esto ocurrió alrededor de 1988, cuando realmente solo quería escribir una novela de género histórico, porque creía que recopilando información en su inmensa biblioteca, le sería más fácil para aprender el arte de escribir. Y por un tiempo puede que eso hiciera hasta que se diese cuenta de que no tenía un amplio conocimiento de historia y que debía centrarse en algún periodo en concreto en el cual poder desarrollar una historia. Y sí, puede que por un tiempo estuviese saturada y no supiese qué hacer con el montón de notas y datos recopilados, hasta que un día, como quien no quiere la cosa, Diana vio un capítulo de la popular serie de ciencia ficción Doctor Who. El episodio se llamaba“ Juegos de Guerra”, en donde uno de los acompañantes del Doctor de 1745 es un chico escocés de 17 años que se llamaba Jamie MacCrimmon.
Ese fue el momento en el que Diana sintió el flechazo de Clío, la musa de la Historia, y puede que también de Erató, la musa de la Poesía lírica y amorosa.
Jamie MacCrimmon inspiró a Diana para crear a James Fraser, uno de los personajes principales de“ Outlander”, al igual que el periodo histórico y la localización de la trama en esa Escocia de mediados del siglo XVIII. Tras varias páginas y montones de caracteres, Diana decide incluir a Claire, que es el personaje femenino principal de la novela, y es entonces cuando esta se hace con la historia, porque empieza a contarla en primera persona,
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