LA CUEVA BAJA DE SAN MIGUEL
Jamás debemos olvidar la importancia de la historia antigua
El sueño de un geólogo se esconde en el interior
de lo que está aceptado mundialmente como uno de
los Pilares de Hércules. Hasta la fecha se contabili-
zan más de 150 cuevas y cavernas de piedra caliza
dentro del Peñón de Gibraltar. La cueva baja es el
último ejemplar de semejante catálogo, habiendo
sida descubierta, asombrosamente, durante la se-
gunda guerra mundial. Se calcula que permaneció
sellada durante 20.000 años hasta que los Reales
Ingenieros del ejército británico la reabrieron en
busca de un nuevo acceso a las cámaras inferiores
de la cueva principal. Conserva su aspecto original,
con apenas algunos aditamentos como cuerdas y lu-
ces que fueron instaladas por motivos de seguridad.
En comparación con la cueva de San Miguel, que
dispone de un sistema de luces espectacular, músi-
ca temática y un escenario para conciertos, la cue-
va baja ofrece una experiencia comparable a viajar
atrás en el tiempo.
El equipo de aventuras de OTWO y quien esto es-
cribe fuimos invitados a una visita guiada a las pro-
fundidades de la atracción más visitada del Peñón.
Nos reunimos a la entrada de la cueva en horario
diurno y nuestro encantador guía nos hizo entrega
de cascos de seguridad y linternas de cabeza que
también pudimos colgar del cuello para disfrutar
de un poco más de luminosidad. Ya en el momento
de encontrarnos pude palpar la sensación de gran
emoción de todo el grupo justo antes de afrontar
la experiencia. En el descenso a pie, admirando los
cielos despejados de África y Cádiz, sentimos como
si nos estuviéramos aproximando a una experiencia
inolvidable en el interior de la historia antigua de
este Peñón. El guía abrió una puerta grande metal
cuyo sonido hizo eco en la larga, oscura y estrecha
cámara a la que da acceso. Eché un último vistazo a
las ramas, árboles y luz de la entrada, apreciándolos
con detalle y agarrándome a ese momento antes de
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OTWO 09 / APRIL 2020
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adentrarme en un escenario más oscuro y drástica-
mente distinto.
Avanzamos de forma cuidadosa y muy juntos a lo
largo de un túnel de luz tenue, advirtiendo un cambio
en la densidad del aire, que se sentía más limpio y
fresco. Después de unos cincuenta metros pudimos
distinguir lo que parecían ser viejos raíles ferrovia-
rios usados durante la guerra además de una amplia
abertura cavernaria. Este espacio aloja una zona
donde pudimos dejar nuestras pertenencias y ajustar
nuestro equipamiento. En su día sirvió de hospital
para soldados además de zona para facilitar la venti-
lación. El espacio abierto producía eco, amplificando
nuestras voces. La única luz natural procedía de la
puerta de entrada, que el guía cerró de repente. Su
carisma contribuyó a fortalecer tan especial atmós-
fera: qué esperar y qué no. Nos encontrábamos en
la casilla de salida para enfrentarnos a una serie de
leyendas, muy verosímiles, que se desplegarían a lo
largo del recorrido. Su conocimiento y experiencia,
fruto de haber guiado a tantas personas por las cue-
vas, contribuyó decisivamente a hacer más amena
y fácil la actividad a quienes la hacíamos por pri-
mera vez. Algunos sentían nervios por las alturas,
otros por los espacios reducidos, pero la compañía
del guía nos permitió mantenernos centrados y con
ganas. Estableció un procedimiento de seguridad
con el cual nos podíamos apoyar y seguir los unos
a los otros. Se abrió una trampilla y comenzamos el
descenso por las cuevas.
La primera excavación arqueológica de la Cueva
de San Miguel fue impulsada por el gobernador de la
prisión militar, el capitán Frederick Brome, y comen-
zó en abril de 1863 para prolongarse hasta diciembre
de 1867. Descubrió varias herramientas prehistóri-
cas como hachas de piedra y cabezas de flecha, jo-
yería de concha y agujas de hueso además de vastas
colecciones de cerámica. Estas cavernas del sistema
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