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DESPERTARES
Oloc se levantó y empezó a andar con aires de grandeza, como
un monarca al pasar revista a la guardia real en el patio de un
fastuoso palacio. Su rostro esbozaba una ligera sonrisa, algo
estúpida, poco hecha: una mueca de tonto.
Unas horas antes, había sufrido un brote psicótico y, en
aplicación del artículo décimo del Protocolo-K2 del manual
de referencia en estos casos («Cómo actuar ante un paciente
inquieto»), un equipo de enfermeras le había inyectado 500 mg
de rotazina, nuevo y exclusivo fármaco antipsicótico de última
generación, prometedor por sus menores efectos secundarios
extrapiramidales, además de reducir notablemente la cantidad
de baba producida por ciertos tics nerviosos-convulsionantes
asociados a la toma de las sustancias de esta familia…
Durante muchos meses se machacó a la población mundial
con un pegadizo spot publicitario acerca de la nueva droga,
cuyo estribillo «Ya llegó la cura para la locura, la rotazina, qué
bien que cura la locura» llegó a penetrar en el subconsciente de
muchas personas que lo iban repitiendo en cualquier momento
del día y de la noche.
Tras otros tantos artículos y estudios científicos prometedores
por aquí y por allá, donde no pocas veces la rotazina fue catalo-