paladar: alumnos de intercambio
C O L O M B I A - M É X I C O
Antes de llegar las ansias me llenaban, no me dejaban tranquila, la inseguridad, las preguntas, las
pocas respuestas borrosas que tenía, el saber si
era lo mejor irme de mi país, hacia uno en el que
no conocía a nadie, en el que sería como una niño
abandonado, si entender los sistemas, la gente, los
comportamientos sociales, sin entender siquiera la
conversión de moneda. La inseguridad de saber si
ese país, del que hablaban y esa ciudad que según
medio mundo dice, es de las más peligrosas me
trataría bien. Ese miedo que sentía, me hacía sudar
azul, así como si estuviera en frente de un abismo
y no supiera si aventarme o no, esos nervios que
sudan frío y que se convierten en ansiedad. Una ansiedad insoportable. Fue una sensación tan envolvente que no me permitía salir de ella y me estaba
agobiando toda, desde el primer cabello hasta la
última célula de mis pies. Intranquilidad absoluta.
Las lágrimas de miedo, obviamente llegaron en su
momento. Pero había algo que me decía que debía
salir, salir de mi casa, de mi familia, de mi país, salir de mi mundo, salir de mi misma, salir de eso a
lo que llamaba confort o al contrario, encontrar mi
verdadera verdad. Colombia – Bogotá - mi casami familia - yo misma.
Fui difícil irme, el aeropuerto, mi familia, mi gente.
La hora de conocer los cielos había llegado, no se
podía echar para atrás, ya era un hecho, ese mismo día en horas de la tarde, estaría en México, sin
saber lo que pasaría. Allá, se quedo todo, decidí
dejarlo y aventarme a conocer – me. Subir las escaleras, tomar mi maleta, verlos por última vez, alejarse. Alejarme. Sentarme en la sala de espera, el
reloj, abordar, enviar mi último mensaje antes de
que la señal móvil se fuera, así como se iba con mi
país. La ventana. Bogotá – Medellín - Panamá - El
mar inmenso - El Salvador - México.
Desde los cielos, el indicador mostraba que entraríamos a Ciudad de México en contados minutos,
en la ventanilla, ansiosa, impresionada. Llegué,
desde el cielo Ciudad de México se convertía en
una inmensidad que no puedo describir, con decir que el aterrizaje duró lo que dura un vuelo de
Bogotá - Medellín. Veinte minutos aterrizando,
Ciudad de México era un monstruo y para allá iba,
directo a su garganta. En el aeropuerto, la sensación de soledad, de miedo llegó. Ya estaba aquí, y
estaba sola.
El recibimiento de la gente me llenó el alma, mi
nueva casa, mi nueva familia estaba ahí y sentía
en ellos el agradecimiento, su atención invaluable.
Con el paso de los días, siento como si necesitara
quedarme, siento un aferro espiritual y físico con
México que sé que me hará volver. Inicialmente
se viene con la idea de realizar una práctica académica, en donde se pondrán en desarrollo unas
afinidades intelectuales, se compartirá un entendimiento, se comparará, se nivelará. Pero yo, creo
que esa no es la razón real de un intercambio académico, al contrario, el intercambio está más en la
persona, el intercambio no se evalúa con un aprobado o un desaprobado, el intercambio, lo llevo
encima, lo creo cada día, lo veo en cada calle, en
cada palabra que converso con los que también
son mis hermanos, en la sensación de ese Mexica, en comer otra cultura, comer –serla, de forma
literal, devorarla, ser parte de ella como si hubiera nacido aquí mismo, al lado de todos ustedes,
de todos los que me han recibido, sentirlos como
compañía de cría y como compañeros de mesa, de
voz, de manos, y de pies. México me ha ofrecido
en tan poco tiempo la fuerza para seguir, no me ha
dejado desalentar, mi experiencia no ha tenido un
infortunio del que pueda hacer memoria. Aquí estoy. Hoy en particular más feliz que cualquier otro
día y digo más, porque en los 105 días que llevo
con mis pies en tierras Mexicanas, no he sentido la
tristeza, el aburrimiento, el desespero, ni la falta de
motivación que posiblemente había tenido durante
muchos años atrás en Colombia. El intercambio no
fue académico, fue REAL.
Tal vez, sea necesario hacer un alto en tanta maravilla y nombrar que las situaciones políticas, enfrentamientos de poder, un pueblo protestante, otro
ensimismado en la historia, es otra cara de México.
Venir de un país que ha padecido la violencia por
más de cincuenta años, como Colombia, hace de
los que somos de allá personas distintas, insensibles? Sí, mucho. Pero también Colombia nos forma como personas con un carácter de opinión muy
fuerte, personas de acción, de voz. Tal vez, la situación que llevamos encima, nos hacen seres de
impulsos, de esperanzas, muchos con la energía en
alto, siempre dispuestos a salir, a crecer, a cambiar.
Mucha energía que incluso, puede ser demasiada
para un solo ser. El Colombiano es una persona
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que cuando sale de su país, quiere atragantarse el
mundo, porque aprende a ver el mundo. Y llegar a
otro país en el que las mismas problemáticas sociales y políticas están prácticamente destruyendo
las maravillas que ofrece éste territorio, no niego
que genera una nostalgia muy fuerte, el pensar que
puede caer. México tiene que salir, salir airoso al
mundo. Más. Porque lo que ofrece es más, de lo
que le están quitando los grupos de poder.
Tengo posturas políticas, sí. Desacuerdos de lo
que pasa en México, sí, muchos. Inconformidad con
la sensación de represión tan fuerte que se vive por
parte