24 de Febrero
Mientras me recorto la barba en el baño del segundo piso, a eso de las dos de la tarde cuando finalmente me decido a saltar de la cama y enfrentar la realidad por un rato, escucho que suena el
toque a la bandera. Caigo en cuenta entonces, de que las notas del clarín solemne se encuentran
anquilosadas en mi cerebro, de otro tiempo y de otro espacio. Donde veía al mundo desde otra
estatura y con mucha menos malicia. Estoy frente al espejo y reparo en mis ojos inyectados de
sangre, en las ojeras de un verde casi morado y tarareo recordando todos los años de la escuela
en que mi madre se sentía orgullosa de verme cargando el lábaro tricolor cruzado por el ave de
rapiña, y se me erizan los pelos de la nuca.
Pienso en que hoy es jueves, que no debería sonar el toque a la bandera, que sólo son ganas de
chingar, y hago cuentas en el espejo, es veinticuatro de febrero, hay una escuela en la cuadra
siguiente. Hago cuentas otra vez me doy cuenta que al ser año bisiesto tengo una noche más sin
preocuparme de que me echen del departamento. Una semana, tal vez dos con el dinero que me
queda. Es menester conseguir un trabajo, es menester ir a la universidad aun cuando a mi madre
ya no se sienta orgullosa porque ya no cargo más el blasón y porque si me levanto a las dos solo
es por no seguir acostado.
Los tambores marcan el paso marcial que llevaba varios años sin sonar en mi cabeza y reflexiono que la última vez que lo hacían no tomaba tanto café ni drogas.
Estoy frente al espejo dejando la tonada terminar para dar paso al rumio del pensamiento, otra
vez la existencia trémula, los atardeceres en lontananza, los escalofríos y las decepciones de
todos los que se [