Ya el viento ha hecho una de sus travesuras y tenemos que girar y girar de nuevo. Como en
un laberinto. Uno de mis dos amigos, astuto, comento, cuando el viento lo permitía, que lo
mejor sería esperar a que el viento acomodara los caminos. ¿Cómo es eso?, le preguntamos. Pues si la locura no se ha apoderado de mí, respondió, en algún punto, entre las diferentes configuraciones posibles del terreno, los movimientos de la arena, a izquierda y derecha, adelante y atrás, resulten que se anulen, y las dunas se vean convertidas en un terreno
plano por el cual caminar, o mejor dicho correr. De esa plática ya pasó mucho tiempo. O tal
vez no. Es que ya no puedo pensar bien. Ya no puedo calcular el tiempo. Quiero llegar al
final o al principio, pero quiero llegar. Me aterra pensar que lo que en verdad estamos haciendo es caminar en círculos, ni para atrás ni para adelante, y que la apariencia del movimiento sólo sea un espejismo del viento sobre las dunas. En ese caso lo mejor sería no avanzar,
probabilidad que ya fue desechada. Después de mucho cavilar, cada uno de mis compañeros
ha decidido elegir lo que ellos consideraban lo más provechoso para su vida. Uno regreso,
si es posible llamar a eso regresar, y el otro siguió, si es posible llamar a eso seguir ¿Seré
yo el osado que decida no moverse? Ah, las decisiones. Nunca fui bueno en las decisiones.
16