Nómadas 02 | Page 27

Junto a semejante gollería, mi musculatura se encontraba muy afectada por la farmacología de la que disfruté durante seis meses, hallándose en similar tesitura mi estado de ánimo. Todo ello no hacía más que redondear un panorama más bien poco halagüeño, que me exasperaba hasta el paroxismo un día sí y otro también, para desesperación de mis seres queridos, que me veían empantanado en aquella desagradable situación. Pero tras la tormenta siempre viene la calma, como acostumbra a decir mi querida madre. No me quedó otro remedio que sentarme, ponerme el gorro de pensar y diseñar una estrategia que me devolviera a la orilla de esa playa mágica que era mi vida. Primeramente, sería necesario recuperar la masa muscular perdida y recuperar la fuerza y el tono que mi curación se había llevado. Se imponía volver a mi gimnasio, al que había comenzado a asistir un par de años atrás con la sanísima intención de combatir los efectos del tabaco y los gin tonics, pero esta vez debería de hacerlo con una clara intención terapéutica, porque no me quedaba otra. Y así lo hice, por supuesto. Obviaré el relato de los primeros días -meses- pero lo cierto es que, con algunos períodos intermedios, sigo yendo todos los días. Llegó el temido momento de volver a empuñar un arco de caza, aunque resultaba evidente que no debería intentarlo con uno tan poderoso y exigente como “Pontiac”. Tampoco me atrevía a tensar a “Rain Dancer”, el bello recurvado Predator de 55 libras que mi querido Alejandro me había regalado tiempo atrás: tenía la amarga sensación de que mi espalda podría partirse en mil pedazos como si de cristal fuera. Pero Fortuna ya había comenzado a hacer girar sus impasible ruedas a mi favor de nuevo. Comencé a entrenar “en seco”, sin flecha, con un sencillo PSE recurvado, un arquito de iniciación que en mis manos