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“Horizonte de Letras” Nº 45
*Especial 10º Aniversario*
inquilinos del otro lado, convirtiéndose
poco a poco, sin darnos cuenta, en una
adicción.
Algunos se convirtieron en nuestra
familia. Conocíamos sus horarios, sus
manías, sus peleas, sus ratos de sexo,
sus celebraciones, llegando a formar
parte de nuestra propia vida.
La ventana de la derecha del tercer
piso, nos trasladaba a la deliciosa vida
privada de una pareja cuyo piso
permanece cerrado todo el día, porque
ambos trabajan y no tienen hijos. La
curiosidad instaba a Elena a llegar
pronto a casa para observar. La mujer
llegaba a media tarde, se desvestía, se
cambiaba de ropa y empezaba a
realizar algunos quehaceres de la casa.
Era delgada, joven, dinámica, no se
sentaba nunca. Cuando llegaba él, ella
lo besaba, quedando abrazados un
instante. Luego él, despojándose de su
traje, se tumbaba y colmado de
apetencias ineludibles la llamaba en
actitud insinuante. Ella le observaba
con mirada de deseo, dudando entre
ocuparse del microondas, donde
pretendía calentar una bandeja de
albóndigas a la jardinera, y el placer
que le proporcionarían en ese
momento. Sin pensarlo, corrió una
delicada cortina y se lanzó sobre su
pareja. Al anochecer y con las luces
aún apagadas, era muy poco lo que se
podía ver, pero nos complacían el
ajetreo
que
aquellos
cuerpos
sugerentes
en
intima
conexión
difundían.
Si, sentíamos que era nuestro único
modo de olvidarnos de los ruidos y
evitar que nos hicieran perder el juicio.
Al espiar a nuestros vecinos de al otro
lado, nos distanciaba del mundo real y
nos infiltraba en las entrañas de la
existencia de los otros, como en la
Octubre-Diciembre 2019
bruma de un sueño en el que todo es
verdad y mentira al mismo tiempo.
Nuestro grado de compenetración
llegó al extremo de anticipar sus
movimientos:
sabíamos
cuando
estaban comiendo, viendo la televisión
o salido a comprar en la tienda de al
lado el último ingrediente olvidado.
Calculábamos con exactitud cuando
salían de casa y cuando volvían, en
que instante encenderían o apagarían
la luz, a qué hora cenarían. En algunas
ocasiones nos sorprendíamos tendidos
en la cama, vestidos con la ropa de
calle, como si despertáramos de una
larga hibernación. Pensábamos que
aquellos singulares sketches no eran
más que un extraño sueño, una forma
de adaptarnos a nuestra nueva
realidad.
Mirar se convirtió en un vicio
irresistible. Observar una ventana
iluminada y tamizada por ese filtro
ineficaz de las cortinas, asaltando
impunemente
–
con
nuestra
intromisión – la intimidad de los
moradores
de
las
casas,
nos
reconfortaba. Cuando no fisgábamos el
ruido volvía a apoderarse del
apartamento y regresábamos a nuestro
anterior estado de desesperación. El
placer de mirar las ventanas fue
aumentando.
Abiertas
al
descubrimiento por el día, por la
noche. Ventanas que se trasparentan,
se aclaran, se adivinan y son un paso
expedido a la imaginación o a la
realidad, y el acceso a mundos
particulares que dejan escapar formas
de vida y de costumbres. Nuestra
obsesión permanente eran los otros,
nuestros
vecinos.
Sentíamos
la
necesidad de infiltrarnos, participar en
sus rutinas, en enmendar sus defectos,
establecer con ellos un dialogo
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ISSN: 1989-6956
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