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“Horizonte de Letras” Nº 45 *Especial 10º Aniversario* continuo que haga menos lamentable nuestra soledad. Teníamos que adentrarnos en las vidas de: El joven que pasaba todas las noches trabajando y no recibía visitas. En el conjunto desagradable que conformaban un hombre alcohólico, su mujer y un niño que arrastraba a su madre al borde del histerismo. La pintora que trabajaba sin descanso, sumida en una gama infinita de colores y líneas. En la pareja que ya conocíamos desde la distancia. Relatar como conseguimos la llave maestra del edificio vecino podría resultar inverosímil. Pero lo cierto es, que conseguimos llegar al interior de aquellos apartamentos sin forzar cerraduras, y que nuestras entradas y salidas no despertaron sospechas. La primera vez que entramos a uno de aquellos apartamentos lo hicimos con extrema precaución. Por afinidad decidimos visitar el de la pareja. Teníamos que forjarnos una imagen real de cómo vivían: tocar los muebles, comprobar la intensidad del ruido y la calidez de aquella intimidad que asaltábamos en secreto. Otro día aprovechamos la ausencia de la pintora para realizar una visita a su estudio. El apartamento estaba atestado de cuadros. Un tufo a pintura, aguarrás y tabaco viciaba el ambiente. En el caballete, cubierto por una tela, había un lienzo. La curiosidad nos llevó al centro de la habitación. Retiramos la tela del cuadro. La visión de nuestra propia imagen esbozada en la pintura nos dejó impresionados. Éramos nosotros fijando la mirada en ninguna parte, confusa. Un sudor frio de miedo nos invadió. No encontrábamos explicación, pero teníamos la percepción de haber sido Octubre-Diciembre 2019 descubiertos, de conocernos desde el principio. Sin embargo, ni Elena ni yo recordábamos, que en alguna ocasión ella hubiera mirado hacia nuestro apartamento. Aun así, éramos nosotros lo que ella estaba pintando, rodeados de una vegetación tenebrosa y ella observándonos desde el fondo del cuadro. Ocultamos de nuevo el cuadro, lo bajamos del caballete y no lo llevamos a nuestra casa. Desde aquel día realizábamos pequeños hurtos en las casas de los vecinos: una lamparita, un jarrón, una pelota de futbol, lapiceros. Nos adueñábamos de objetos que no son nuestros y sus propietarios no dicen nada, al parecer lo aceptaban como algo natural. Salíamos de aquellos apartamentos cuando nos apetecía, aunque siempre que lo hacíamos cuando estaban vacíos. En el apartamento de la pareja se nos descubrieron hechos inquietantes. En el cajón de una mesa muy ordenado, donde cada objeto parecía ocupar un sitio desde siempre, como si nada se hubiera movido nunca de lugar, encontramos un cuaderno. Estaba escrito. No era una carta. Tampoco tenía título. Leímos el primer párrafo: <>. Inquietos por el descubrimiento y atropelladamente, seguimos leyendo. Cada frase relataba parte de nuestra propia tragedia. Se detallaban a la perfección los ruidos, los endiablados ruidos que estaban destruyendo nuestras vidas. Describía la manera de paliar nuestro padecimiento, como nos habíamos convertido en empecinados fisgones y realizábamos indemnes robos a nuestro vecindario. Lo sabían ____________________________________________________________________________________________________________________________ ©: “Alfareros del Lenguaje”. Asociación Nacional de Escritores de Alcorcón. Todos los derechos reservados. ISSN: 1989-6956 “Alfareros del Lenguaje” no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los autores participantes en este número; quienes además, serán responsables de la autenticidad de sus obras. 20