BOLETÍN ELECTRÓNICO “FEDDF” PASIÓN POR EL DEPORTE
que las persigue. Incluso a la mar se le rizan las olas ante eso
que va a venir. Da miedo. Me da miedo. Además, la gente
recoge todo.
-¡Venga vamos, vamos que viene galerna!
Pronto, todo eso pasó, entonces sí que me vi desnudo ante
esta vida que diferencia, margina, obstaculiza… que te lo pone
muy difícil, no para vivir, sino para sobrevivir.
Bueno… tampoco me puedo quejar. Apareció Marta, encontré
un trabajo y vivo. Vivo como casi todos y quizá como a casi
todos, estos días tontos me desnudan. Me tapan con un man-
to oscuro y la vida me parece vacía. Acabada. No tiene senti-
do.
La puerta del ascensor siempre me cuesta. Es pesada y retirar
la silla abriéndola, es una maniobra que estos días de manto
oscuro, parece imposible.
Y ese miedo me ha marcado siempre. Ese miedo a lo descono-
cido, a lo imprevisto, a lo nuevo, al cambio. Y nunca he visto a
esa amenazadora dama. La galerna. He sentido su viento, la
oscuridad por las nubes, sus mayores o menores destrozos,
pero nunca la he visto. Y quizá sea eso lo que tanto pánico me
produce. Esperar lo que no llega, pero sabes que va a llegar.
De la enfermedad que me dejó las piernas flacas, solo recuer-
do o mejor siento, el miedo que me produjeron las pesadillas,
las alucinaciones por la alta fiebre. Pues es esa la sensación
que revivo.
Como empujado por un impulso primitivo e inconsciente, sin
apenas enterarme, estoy mirando la mar. Estoy frente a ti. Y
es que hoy es un día de esos. Necesito hablar contigo. Necesi-
to que me des tu opinión. Tú siempre sincera, aunque duela.
Una vez más. Sin piedad. Sin misericordia. Pero con ese fuerte
abrazo con el que me zarandeas y con el que me acoges.
Quiero nadar entre tus olas, volver a sentir la libertad que mis
brazadas encontraban entre tus brazos.
-¡Espera que te ayudo!
Es el vecino. Una persona joven, amable y cordial. Él también
es deportista y nos gusta comentar nuestras experiencias. En
realidad, creo que es porque siempre expresa su admiración
por lo que hago y he hecho y eso me halaga. Baja conmigo y
hablamos del tiempo y de la cantidad de gente que viene los
fines de semana. A él la playa no le gusta. Nos despedimos
enseguida, no tengo ganas de hablar. El manto oscuro es im-
pertinente y hasta mal educado.
Si tienes razón… Ya está. Nadie puede pedirme más porque ya
no queda nada. No sé si lo he hecho bien o mal. Supongo que
de todo habrá. Pero ya se acabó.
Solo tengo que empujar las ruedas. Una sola vez más. Es sufi-
ciente.
He empezado a mover las ruedas con toda mi fuerza y no sé
por qué. Ni tan siquiera sé a dónde voy. Hasta la luz es distin-
ta, me deslumbra. Hace mucho calor y ya estoy empapado.
Me quito las gafas, se llenan de sudor y no veo nada. Sin ellas
todo es borroso, los límites de todo se difuminan, se mezclan
árboles y hierba, cielo y casas, sobre todo las blancas, porque
con este calor, está esa sedosa niebla.
Siempre me ha dado un poco de miedo. Amenaza cambios
bruscos. Vientos de galerna. Nubes invadiendo a la carrera el
cielo de la playa, como desesperadas huyendo del monstruo
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