En la Gran Bretaña, a fines del siglo XVIII la educación primaria reservada al pueblo padecía un grave abandono. El constante y rápido crecimiento industrial, que demandaba una mano de obra capacitada generó, a su vez, una demanda educativa que desbordaba ampliamente la capacidad de oferta de las existentes instituciones escolares.
Este fénomeno propuso utilizar a los alumnos más prestigiados y competentes para apoyar a los maestros en el proceso de enseñanza. En tales circunstancias, nació y se afirmó el método de la enseñanza mutua. Es de aclarar que la enseñanza mutua, es decir, la práctica de utilizar a los mejores alumnos para instruir a otros, no constituía una novedad: se sabe que la utilizaban los judíos y los griegos en la Antigüedad, así como también ciertas órdenes religiosas en la época moderna.
El mérito de Bell y Lancaster consiste no tanto en haber descubierto un método nuevo, como en haberlo perfeccionado adaptándolo a condiciones nuevas que propiciaban su empleo en gran escala.
Andrew Bell (1753-1832), puso por primera vez en práctica la enseñanza mutua en Egmore. Bell dió mayor importancia a la educación moral y religiosa (y no aceptó en su escuela más que niños anglicanos).
Fue un día, cuando Bell, “al observar a un niño muy listo del grupo que ayudaba a los otros, decidió prepararlo para enseñarle el alfabeto a quienes todavía no lo dominaban”. Bell aparejaba a los alumnos más indisciplinados con otros capaces de sujetarlos y estimularlos al trabajo (“tutores”).
6 BOAT and PLANE